El Rincón del Trotamundos. Javier San Sebastián. 3/3/2015
Patio del palacio ducal a través de uno de los vidrios de sus salones
Cualquier momento del año es bueno para viajar a Venecia. Ya hace tiempo que tratamos de disfrutar de las ciudades sin precipitación, conociendo algo más que sus monumentos más visitados. Esta vez la ocasión la pintaban calva, pues nos ofrecían alojamiento en el céntrico barrio de la Academia y guía personal para una estancia de una semana. Imposible resistirse a semejante oferta.
Campo Sant ‘Angelo, con su pozo de recogida de agua de lluvia
El invierno tiene alicientes para ir al Véneto. Podemos pasear sin los agobios de gente de otros meses. No faltan turistas, pero se puede caminar por las calles, empaparse de cultura sin hacer colas y pararse en cada puente con total tranquilidad. El frío es intenso, pero sabemos cómo combatirlo: buen abrigo, capuchino y vino caldo.
Desde el mismo momento de la llegada (en nuestro caso por tren y de noche) nos encontramos formando parte de un escenario que parece irreal. Tenemos la sensación de estar dentro de una representación, en un gran teatro. Las fachadas de los palacios e iglesias, los puentes y canales son tan abrumadoramente hermosos, que el conjunto es difícil de creer, incluso después de haber visitado la ciudad en anteriores ocasiones. Para completar el ambiente, en uno de los puentes nos cruzamos con una procesión con cientos de personas que a nosotros se nos antoja anacrónica.
Comienzas a comprender la autenticidad de Venecia cuando caminas junto a los canales y te adentras en sus calles estrechas que conectan plazas, “campos” y “campielli” así llamados porque fueron usados como huertas. Por doquier aparecen grandes edificios y palacios, muchos de ellos deteriorados por los siglos y el agua. La importancia de su pasado es palpable.
El Gran Canal, la “Calle Mayor” de la ciudad canaliza la mayor parte del tráfico de embarcaciones de todo tipo: Vaporettos, barcas particulares, de policía, de bomberos, barcas fúnebres, de carga, de basura… Su imagen es parte de lo más conocido de Venecia y la vista desde las terrazas del museo Guggenheim de las mejores posibles. Pero cada uno de los lugares de la ciudad merece la pena.
Gran Canal, Puente de la Academia
Todo está relacionado con el agua, como vemos en el puesto de verduras o en la peculiar librería “Aqua Alta”, posiblemente la única del mundo donde puedes estar comparado libros mientras chapoteas con las botas de agua. A pesar de no tenerlos en sitios bajos, cientos de libros se les han mojado y los han utilizado para construir un mirador sobre el canal cercano.
En invierno es más frecuente encontrarse con la marea alta, el “Aqua Alta”, que añade un nuevo aliciente y que invita a pensar sobre los riesgos que corre. De hecho hay una gran cantidad de torres inclinadas y algunas han caído, como ocurrió en 1902 con el reconstruído campanile de San Marcos. Las góndolas parece que van a salir a tierra firme, mientras los venecianos siguen con sus actividades habituales. En todo momento, los reflejos, las ondulaciones del agua y la aparición de las estilizadas figuras de las góndolas ofrece verdaderas oportunidades a los aficionados a la fotografía.
En este archipiélago de más de 100 islas situado dentro de la laguna Véneta, hay algunos otros conjuntos que merece la pena conocer, como Murano, con su artesanía del cristal, Burano o Torcello (donde están los restos de ocupación más antiguos). Burano es un mosaico multicolor. Disfrutar de un día soleado por sus canales y de un atardecer nítido es uno de las actividades que más podemos recomendar.
Regata de veteranos (muy común)
Petirrojo modelo (posaba para la foto)
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