El Rincón del Trotamundos. Javier Elcuaz del Arco. 5/3/2015
Entramos en la comarca de Gata por el puerto de Santa Clara. Cómodamente descendemos por la calzada romana que discurre a los pies del pico Jálama, donde nacen los arroyos que aportan el agua para huertos y viviendas. Entre castañares desnudos en esta época del año, caminamos sobre un espeso colchón de hojarasca. A medida que nos acercamos a San Martín de Trevejo, la calzada discurre entre pinares antes de llegar a los huertos que nos anuncian la cercanía del pueblo. Cada vez más flores ponen su temprano color al final del invierno.
El paseo por San Martín resulta tan delicioso como el camino que hasta aquí nos ha traído. La altura de sus casas de tres plantas sustituye a los esbeltos castaños, pero la sensación de armonía no desaparece. La combinación de granito, madera, algún resto de adobe y las paredes encaladas de las viviendas logra una unidad decorativa sencilla y hermosa. En la plaza mayor, la sobria torre que preside el espacio rompe sin estridencias el conjunto de edificaciones cabalgando sobre soportales en dos de sus lados. Por las angostas callejuelas discurre el agua de la sierra en busca de huertos para alimentar los cultivos que llenaran las bodegas de las casas. Hay muchos detalles, como su fala, que el caminante puede descubrir en esta localidad con declaración de Bien de Interés Cultural, pero aún nos queda un buen tramo para terminar nuestra ruta.
Para llegar a Villamiel salvamos la sierra de Cachaza. El esfuerzo es apenas perceptible en medio de esta vegetación que nos regala un aire tan limpio. Entramos en Villamiel por su plaza de toros. Con lentitud atravesamos el casco urbano para disfrutar la tranquilidad de sus calles, su plaza mayor y las ermitas y la casa del Deán. Tendremos que dejar su sabrosa caldereta de cabrito para otra ocasión en que dispongamos de más tiempo. Ahora debemos continuar hasta el nido de águilas donde se asienta Trevejo.
Salimos de Villamiel bajando para cruzar la garganta del arroyo de los Lagares y suavemente ascendemos hasta Trevejo. Atravesamos el pequeño casco urbano, conservado primorosamente, para subir a los restos del castillo que habíamos divisado desde Villamiel. Los avatares de la historia han dejado una huella demasiado visible en este hermoso castillo que bien merece una acción, al menos de consolidación, por parte de las instituciones antes de que la ruina lo arrase de forma definitiva. Su emplazamiento es privilegiado para contemplar esta bella comarca a resguardo de los fríos vientos mesetarios del norte. A sus pies y mirando hacia el ocaso, la iglesia de San Juan Bautista, con su campanario exento y las tumbas antropológicas talladas en el granito, forman un conjunto de visita merecida.
El sendero de largo recorrido GR-10 nos ha conducido desde San Martín de Trevejo hasta el punto donde nos encontramos. Ahora seguiremos un sendero local, indicado con señales blancas y verdes para el último tramo de nuestro recorrido. Siete kilómetros nos separan de Hoyos. Entre huertos de olivos, viñas y terrenos de monte bajo dominados por la genista y escobales que empiezan a coger el colorido de la primavera, caminamos sin premura deleitándonos en esta tierra generosa.
Hoyos nos sorprende gratamente por su arquitectura tradicional tan abundante como bien conservada. Algunos de sus rincones nos evocan imágenes del pasado, como si los años no hubieran alterado su primitivo diseño. La impresionante torre de su iglesia, desde donde las cigüeñas contemplan el ir y venir de los humanos, no debe evitarnos recorrerla para observar sus portadas de épocas románica y de diferentes momentos del gótico.
Además de todo lo mencionado, la sierra de Gata dispone de una oferta gastronómica muy rica. Gracias a la conjunción del clima, el agua y los suelos con la sabiduría de sus gentes, los productos de esta tierra tan generosa alcanzan unos altos niveles de calidad que hay que saborear.
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