Son las nueve y media de la mañana del último domingo del mes de junio en Torrebarrio, norte de León, plena comarca de Babia. Frente a nosotros la majestuosa pared oeste del macizo de caliza gris de Ubiña se eleva hasta los 2417 metros en su cumbre más alta. Nos separan unos mil doscientos metros de desnivel que alcanzaremos por la arista sur de Peña Ubiña.
El Rincón del Trotamundos. Javier Elcuaz del Arco
Seguimos las señales de color blanco y amarillo indicadoras de ruta de pequeño recorrido. Caminamos por una pista ganadera que pasa bajo la iglesia parroquial de San Claudio, la más bella de toda Babia según algunos. Animados por el frescor de la mañana ganamos altura con rapidez. El núcleo más alto de Torrebarrio, el barrio de la Cubilla, ya está por debajo de nosotros.
A una altitud de 1530 metros la pista traza una curva hacia la izquierda. En ese punto las señales de la ruta nos indican un sendero a nuestra derecha. Por él continuamos ascendiendo por las campas tapizadas de flores y pedreras que descienden de la cara sur de la gran Ubiña hasta alcanzar el collado de El Ronzón, a una altura de 1937 metros. Hemos empleado noventa minutos en llegar a este lugar.
Dando la espalda a la prominencia rocosa conocida como La Carba iniciamos el ascenso por una empinada pradera dejando los primeros farallones rocosos de la arista sur que nos llevará a nuestro objetivo.
La gran anchura de la arista nos permite caminar con total seguridad. Aunque en varios puntos hemos de utilizar las manos para progresar en el ascenso, en ningún momento nos veremos expuestos a una peligrosa caída. Aún persisten algunos grandes neveros en la cara este de la montaña, pero nuestra ruta asciende sin tocar ninguno. Cuando la nieve cubre la montaña es necesario utilizar con mucha destreza crampones y piolet para moverse por este terreno de fuerte pendiente.
La cumbre se sitúa en el extremo opuesto de la larga arista cimera. Su anchura es más que suficiente para alcanzar con total seguridad el vértice geodésico y el buzón que indican el punto más alto de esta formación rocosa. La facilidad del paso por este último tramo nos permite disfrutar de la vista de la interminable sucesión de valles y montañas que componen la Cordillera Cantábrica. Estamos en uno de los mejores miradores naturales de este sistema montañoso de más de cuatrocientos kilómetros de longitud.
Las pequeñas nubes que se formaron sobre nosotros durante la subida se han convertido en una espesa capa nubosa que va cubriendo todo el cielo. Decidimos iniciar el descenso que sería mucho menos seguro si un chaparrón mojara la roca.
Hemos tardado tres horas en llegar a esta cima que tan generosamente compensa el esfuerzo empleado. Regresar por el mismo camino hasta el punto de inicio nos llevaría dos horas de camino sin parar, pero emplearemos mucho más tiempo disfrutando sin prisas las sensaciones que este medio natural proporciona.
La bajada por la arista nos exige grandes dosis de concentración para buscar apoyos firmes para nuestras botas y para las manos en el par de ocasiones que las utilizamos para facilitar el descenso en los tramos más verticales de la ruta.
La relajación que produce el fin de la arista nos pone en la mejor situación para disfrutar con la nueva condición de la luz que produce la acumulación de nubes. Destacan en la distancia las cortinas de pequeños chubascos que caen sobre la Babia Baja, encerrada por el noroeste por la sucesión de sierras y montañas que forman la Babia Alta.
Nuestro paso es cada vez más lento, atraídos por el colorido de los distintos tipos de orquídeas, dientes de perro, pyramidalis cornetas y otras flores que se suceden continuamente en nuestra ruta hasta entrar de nuevo en Torrebarrio.