DEL MAMPODRE AL MIRADOR DEL OSO CON UNA NOCHE DE ESTRELLAS

Texto de Rafa Álvarez. Fotografía de Manolo Santervás

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Nos citamos el viernes 12 de octubre, 6, 30 de la mañana en la ciudad de Salamanca, y emprendimos el viaje hacia el norte. Nuestro primer objetivo era subir al macizo del Mampodre, y recorrer las cimas más importantes de esta montaña leonesa, situada en la cabecera del río Sella, cerca del puerto de Tarna en la Cordillera Cantábrica. La mañana estaba templada y aunque aún era noche cerrada, no se percibían en el cielo nubes, ni en los valles de los río, ningún rastro de niebla. Atravesamos parte de Castilla con el lucero del alba situado en el este. Ya en tierras leonesas, el sol apareció por el horizonte y las sombras de la noche dieron paso a un día radiante.

Serían las 10 de la mañana cuando llegamos al pueblo de Maraña, lugar de partida de todas las expediciones que ascienden al macizo del Mampodre, un pueblo muy acogedor, con algunas remodeladas casonas, un buen albergue, y una hermosas vistas de la montaña. Mientras nos calzábamos las botas fueron llegando expedicionarios que pensaban hacer nuestra misma ruta, con lo cual el ambiente se animo por momento y al poco rato partimos hacia el monte. Un día estupendo, sin nubes, sin viento, con cielo despejado y con una temperatura de primavera. En poco más de dos horas estábamos en la horcada cimera, y en media hora más alcanzábamos la cima del pico de la Cruz, la cumbre más alta del macizo.

Esta montaña además de por su belleza kárstica, y estructura, separada de la cordillera Cantábrica, es un punto estratégico desde el que tenemos una panorámica única de las montañas más importantes del norte Peninsular: Picos de Europa, Cordillera Cantábrica, el macizo de Peña Ubiña y la montaña de Fuentes Carrionas. Un autentico privilegio para la vista y para los que disfrutamos de las alturas y un acierto para los que nunca antes habíamos hollado este monte.

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En la cima del pico de la Cruz, disfrutamos durante un rato del privilegiado paisaje y del sabroso bocadillo que habíamos subido desde el pueblo, tras unas cuantas fotos, emprendimos el descenso por el valle del Maraña. En el camino nos cruzamos con los compañeros que partieron del pueblo con nosotros, que se hacían acompañar por un perro que se les había unido en el pueblo y que arrastraba del cuello una gran cadena. Por este motivo todos pensamos que el animal no podría subir al pico, pero pronto nos dimos cuenta de que la cadena no sería impedimento para que el perro disfrutara del paisaje de la cima. En poco más de dos horas y media estábamos de regreso en el pueblo de Maraña y como aun quedaba mucha tarde por delante, decididlos acercarnos hasta la Casa del Parque de Valdeburón situada en Lario, para pedir algo de información de la zona y de paso ver algunos pueblos situados en el valle del Esla, pues la vegetación de ribera que hay junto al río ya estaba con las hojas amarillas. La luz cálida de la tarde, el color del otoño, y el ambiente rural de los pueblos, formaban un conjunto muy fotogénico y acogedor, lo que nos hizo disfrutar un buen rato del paisaje y de la fotografía en el recorrido por el valle.

Imbuidos de este ambiente, llegamos hasta Riaño y desde allí, por la carretera del puerto de San Glorió, nos fuimos al mirador del Oso, en tierras ya de Cantabria. La tarde llegaba a su fin y decidimos buscar un hotel donde pasar la noche, discutimos un poco Manolo y yo si pernotar en el lujoso Parador de Fuente Dé, o quedarnos en el hotel de las cien mil estrellas, disfrutando de las montañas Kársticas del Macizo Central y Occidental de los Picos de Europa, al final prevaleció esta última idea por su comodidad, cercanía con el inicio de la ruta del día siguiente, y sobre todo por su economía, y la posibilidad que ofrecía este alojamiento de disfrutar, durante la noche, de los sonidos de la naturaleza y de las estrellas, a 2000 metros de altura.

A las diez de la noche ya estábamos metidos en los sacos disfrutando del cielo, los sonidos de los corzos y los rebecos, llegarían más tarde, aunque Manolo ni se entero de las carreras que se trajeron estos animales durante la noche, pradera arriba, pradera abajo. Aparte de estos animales, el silencio fue total, ni un coche y ni un alma que perturbase nuestro sueño, aunque si una helada que congeló el agua de la cantimplora.

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Desayunamos cuando aún era noche cerrada, cuando el sol irrumpía por el pico Tres Mares, en Alto Campoo, ya estábamos camino del pico Coriscao. Un amanecer radiante, de esos que dejan huella en el recuerdo, con valles inundados por la niebla que desde el mar asciende lentamente cubriendo las zonas más bajas del valle de Liébana y los pueblos montañeses, al tiempo que una luz limpia y cálida acariciaba las cumbres calizas de los picos dejando sombras alargadas que acentuaban los contrastes del paisaje.

En poco más de hora y media alcanzábamos la cima del Pico Coriscao, y disfrutábamos, al igual que en la subida, de uno de los paisajes más espectaculares de esta zona de montaña: El Circo de Fuente Dé, los Horcados Rojos, Peaña Olvidada, Áliva, el Llambrión, Peña Remoña, Torre del Fiero, Pico de la Carné , Sagrado Corazón y un sinfín de montañas que como fortalezas se yerguen en todas las direcciones.

Como aún quedaba mucho día decidimos explorar el territorio y continuamos camino por la Cordillera Cantábrica en dirección oeste. Llegamos al collado Bragatesa y desde aquí bajamos por el circo glacial de Salvorón situado en la vertiente norte del pico Coriscao. Un lugar este de película, con varios escalones rocosos donde las manadas de rebecos pastan a sus anchas. En el escalón má alto, se encuentra la laguna de Salvorón, en cuyas aguas de montaña se reflejan las cumbres calizas de los picos de Europa. En el segundo de los escalones nos encontramos con una gran pradera alpina, en la que pastaban robustos caballos de la raza asturcones, los cuales nos permitieron hacer una sesión fotográfica. En el tercer y último escalón, encontramos un acogedor refugio de montaña donde nos tomamos un segundo desayuno. Bajamos por todo el valle del río Salvorón, cubierto por un denso hayedo buscando el pueblo de Pido, situado ya en el valle del Deva, una acogedora aldea con casonas de piedra, hórreos y un sabroso queso artesano.

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Llegamos a este pueblo sin saber a ciencia cierta cómo íbamos a regresar al mirador del Oso, mientras comíamos, llego un guarda del Parque Nacional y aprovechamos para preguntarle por algún camino que nos llevara de vuelta, pero la sorpresa fue que en vez de ayudarnos y orientarnos, trato por todos los medios de confundirnos y desmoralizarnos diciéndonos que no había forma de regresar si no bajábamos hasta el pueblo de Cosgaya situado valle abajo, para tomar una pista forestal que llevaba al mirador. De tomar esta pista, el rodeo habría sido enorme y habríamos llegado al mirador entrada la noche.

Como es lógico no hicimos caso a este guarda y decidimos continuar camino siguiendo nuestra intuición y la ayuda del GPS, por cierto que el guarda desconocía por completo el manejo de este aparato. De esta forma descubrimos una nueva ruta que atraviesa los cerrados hayedos de la vertiente norte de la cabecera del Deva y de paso, disfrutamos como niños de este itinerario de montaña.

Al final de una pista forestal, en pleno circo glaciar, quedamos sorprendidos al escuchar el sonido de gaitas, al acercarnos divisamos un refugio, y en la pradera que hay delante de este, a 2000 metros de altitud, se encontraba un grupo de paisanos disfrutando en plena naturaleza del día festivo, tocando, bailando y degustando los productos de la tierra: vinos, queso y embutidos. Por supuesto al vernos nos invitaron a participar del festín, y en la charla que mantuvimos, les contamos la historia del guarda y nos confirmaron que, bien por ignorancia o bien por desconocimiento, había tratado de despistarnos de la ruta.

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Eran poco más de las 5 de la tarde cuando llegamos al mirador del Oso, tras recorrer 27 kilómetros y 6 horas de camino, cansados pero emocionados de haber conocido una ruta nueva y haber disfrutado de unos parajes extraordinarios, donde la naturaleza se conserva salvaje y desbordante en todos sus rincones. Un fin de semana esplendido, lleno de aventura, historias y algunas fotografías que queremos compartir con vosotros, por si os quedasteis en casa o estuvisteis disfrutando de otros viajes y aventuras; en la ciudad, en la montaña, el mar o en el campo haciendo senderismo.

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