Fin de año en las Arribes y Picos de Europa

Enrique Galindo

Tarde de niebla y música de Mompou. Me gusta tanto esta música sencilla y sutil, que me cuesta concentrarme en el estupendo libro que estoy leyendo: «Arribes del Duero», coordinado por Estanislao de Luis Calabuig, con fotografías de José Luis Rodríguez. Intento aprender algo sobre encinas, alcornoques, ruscos y cornicabras. Veo una y otra vez las fotos del águila real, de la aguililla calzada o del cuco,  pero la música me saca de la habitación y me lleva a ese paisaje extraño y arrebatado de las arribes del Duero en un invierno casi sin frío.

Paseo entre bolos de granito, perdiéndome entre la retama, la jara, el espino albar y unos almendros que esperan pacientemente a que llegue febrero, aunque con esta temperatura no tardarán en florecer. Este paisaje es como la música de Mompou, un poco tímida, un tanto austera pero que sin darte cuenta te acaba enamorando. Una música que parece vivir en la sucesión de cortinas de piedra, de vallas que están por todas partes, aguantando como pueden el abandono de muchos años ha, cuando todo el mundo emigró a la ciudad. Leo en el libro algo que siempre dicen mis padres cuando pasean por el campo, que ahora solo se escucha el silencio.

Qué contraste con aquel otro tiempo en que la gente se afanaba cada día en estas tierras cuidando el ganado, cortando leña, cantando mientras vareaban las olivas, reparando porteras o construyendo bancales y terrazas, que aún hoy causan admiración y nos hablan de un tiempo sin tiempo donde el santoral era la medida de las estaciones y los trabajos ( «en llegando San Andrés invierno es. Por San Clemente alza la tierra y vete. Si llueve en Santa Bibiana, llueve cuarenta días y una semana» decía el Nini, el personaje de Delibes) y el mayor enemigo siempre era la helada tardía o que enfermase una vaca.

Hace unos días estuvimos paseando por las chiviteras de Torregamones, esas pequeñas construcciones donde se metía al chivo pequeño y se tapaba con una piedra para defenderlo del zorro. Aquí hay tantas, rodeadas por un pequeño muro, que siempre me recordó el poblado de Asterix en miniatura. Luego tras ver la fuente romana y los numerosos cigüeños que todavía sirven para sacar agua de los pozos, estuvimos en algunos chozos. Por fuera apenas un montón de piedras amontonadas casi sin orden, en un precario equilibrio pero por dentro la mayoría se cubre con una falsa bóveda por aproximación de hiladas, como se viene haciendo en el Mediterráneo desde hace tres mil años.

Y curiosamente aún aguantan, lo que no se puede decir de las cubiertas de teja. Me emocioné hace poco en la Malgarrida al ver como alguien había incrustado entre las piedras de granito de la entrada de un chozo, con patio y chimenea, un pequeño canto rodado, como los que todavía coleccionan los niños cualquier tarde de playa o de río, tan sencillo pero puesto con la misma ilusión que alguien que colocara en su casa una escultura de Brancusi.

Luego los puentes. Si tuviera que elegir no sabría con cual quedarme, si con esas tres piedras puestas en un arroyo con sus toscos tajamares o con esos otros pequeños puentes que serpentean en los ríos en una sucesión de lajas de granito, reflejando el sol cada atardecer. Y que decir del puente Pino que lleva uniendo las comarcas de Aliste y Sayago desde hace casi cien años, como si un trocito de la torre Eiffel hubiera volado hasta esta tierra. Qué sensibilidad la del ingeniero José Eugenio Ribera, al que también se le debe el puente de María Cristina en San Sebastián.

Lo sorprendente es que un puente con esta altura y esta luz se encuentre en una de las comarcas más deprimidas de Europa. Y es que para algunas personas, de un irreductible optimismo, la belleza, el arte o la cultura siempre han sido y son importantes para el desarrollo y el progreso.

Aquel día llovía y había demasiadas zarzas, así que me quedé con las ganas de bajar hasta el borde del barranco y situado entre las pilastras  ver como arranca el arco, primero muy ancho y poco a poco se va estrechando hasta volver a ensancharse cuando llega a la otra orilla. Siempre me quedo con la duda de que sea un efecto óptico. De ahí a comer a Miranda, pensando si todavía dará de comer la señora que tenía una casa de comidas en la plaza de Sendim. Un sitio humilde pero uno de los sitios donde mejor se comía en Portugal hace años.

Y para acabar el año, el mejor de los regalos: un paseo por Picos de Europa en un invierno que parece primavera, con una temperatura de 10º en la montaña por el día. Como había aludes por todos lados, no pudimos bajar a Bulnes porque en esa canal todavía no había descargado la nieve en las pendientes. Así que tras dormir en el diminuto cuartito que han dejado abierto en el refugio de la Vega de Urriellu ( para una urgencia, según dicen, aunque un par de mantas no estarían de más), bajamos a Sotres, un poco cansados por abrir huella en la nieve blanda pero habiendo disfrutado mucho. Para mí era la primera nieve que pisaba este invierno..

Luego de vuelta para empezar el año viendo una vez más «Desayuno con diamantes». Es una costumbre que tengo desde hace ya muchos años. Me gusta cuando Audrey Hepburn canta Moon river sentada en el alfeizar de la ventana. La canción acaba y durante una milésima de segundo, antes de sonreír y hablar a Sam Shepard, ella se queda con la mirada perdida ensoñando con un lugar, con una persona, con una ilusión… Y es a esa milésima de segundo, donde a uno le gustaría viajar: «dos vagabundos para ver el mundo. Hay tanto mundo para ver. Buscamos lo mismo, el final del arco iris, que nos espera tras la curva…»

3 thoughts on “Fin de año en las Arribes y Picos de Europa

  1. Enrique cualquier comenario sobra, especialmente despues de ver las fotos de los Picos de Europa, el sentirse alli mismo tocando las cumbres y contemplando esas vistas tiene que ser……. para plantearselo y salir corriendo ….. Pereza fuera y adelante………

    con cariño Elena

  2. Me encantan las fotos y no te digo los comentarios a pie de foto. Tú sí que saber ver la poesía en cada cosa de la vida Enrique. Está claro de donde le viene el talento a Pablo. Te mando un abrazo, me ha gustado mucho este rincón.
    Por cierto, una de las siluetas de las fotos me resulta muy, pero que muy «familiar»

  3. Que ilusión tan grande, hacer una busqueda en esta web sobre «picos de europa» y encontrarme en las fotos de uno de los post! Muchas gracias por el relato Enrique, me ha encantado. A pesar de la «fresquita» noche en Vega de Urriello y demás pequeños contratiempos… fue una excursión preciosa. Las hermosas vistas de la que por aquí he acabado denomidado «my magic mountain», junto a la agradable compañía de dos fantasticas personas bien merecieron el frío y el dolor de pierna pasados.
    Un fuerte abrazo desde UK!

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