Caminando por La Gomera

El Rincón del Trotamundos. Javier San Sebastián. 10/4/2014

La isla de la Gomera es uno de los paraísos naturales de Canarias. Su geografía tortuosa y variada nos permite ver casi en cualquier desplazamiento laderas aterrazadas, roques sobresalientes, los bosques húmedos de su meseta central y barrancos profundísimos con fértiles valles.

En gran parte de la isla el hombre modificó el paisaje al cultivar en terrazas, muchas de las cuales fueron llevadas hasta los límites de lo posible. Hoy están en su mayor parte abandonadas, lo que provocará probablemente su pérdida a medio plazo.

Estuvimos en invierno y alternamos entre días magníficos para caminar y otros con lluvias torrenciales que aumentaron la belleza salvaje de los paisajes volcánicos. Hubo un día que el agua caía por torrenteras y acantilados creando imágenes difíciles de olvidar, algo así como si Noruega hubiera cambiado su latitud.

Hay multitud de senderos, la mayoría de ellos con pasajes extraordinarios y bien conservados. Nosotros nos centramos en la parte Norte, pues el Sur fue atacado por un enorme incendio en el año 2012, pero la isla se va recuperando bien de aquel desastre medioambiental: aquí sí es cierto que los brotes verdes comienzan a ganar terreno.

Desde la meseta central, ocupada por el Parque Nacional de Garajonay se pueden bajar los valles de Hermigua, Vallehermoso, Gran Rey, pero tanto en el GR central como en los pequeños senderos encontraremos arroyos, plantas o formaciones rocosas que nos sorprenderán.

En Garajonay se siente la magia, sea por la lluvia horizontal que atrapa las nubes, por las formas retorcidas de la laurisilva y los brezos o por los senderos preciosos y exigentes.

El primer día que fuimos a Garajonay la lluvia nos impedía caminar con provecho, así que decidimos ir a una de las casas del Parque «El Juego de Bolos», donde nos sugirieron varios senderos, uno de ellos en el pueblo de “Las Hayas”. Dejamos el coche a la puerta de un modesto hostal y restaurante llamado «La Montaña. Casa Efigenia».  Como llovía a mares, decidimos entrar a comer tranquilamente.

El comentario que sigue es una recomendación personal de Carmen Castaño y mía. Es de corazón, sin que medie ningún tipo de interés. Simplemente, es cierto.

Es un local que se mantiene como si estuviéramos en los años cincuenta, con mobiliario antiguo, mesas con hule, sin ninguna ostentación. Cuando llegamos era pronto y sólo había otra pareja comiendo. Nos sentamos cerca, pues las mesas son corridas. Al momento apareció la Sra. Efigenia. El restaurante no es un montaje ni el nombre estaba elegido por otros motivos, simplemente así se llama la dueña. Nos recibió con una ternura, una educación y un buen humor, que sólo por eso habría merecido la pena ir. Le preguntamos qué tenía de comer y nos dijo que allí no había carta, que lo que había fresco, de la huerta, se cocinaba. Bueno, pues encantados.

Estuvimos curioseando por allí, viendo los productos que elaboran, la antigua tienda… Empezaron trayéndonos un cuenco con almogrote, que es queso de cabra ahumado rallado, mojo rojo y aceite de oliva. Delicioso y con un mérito añadido sorprendente: el almogrote, que ahora se vende por todas partes en la isla, es una creación original suya.

Después vinieron con gofio… qué delicia. Trajeron un cuenco con mojo rojo exquisito. La Sra. Efigenia vino a preguntarnos si nos gustaba. Como Carmen le dijo que le resultaba un poco picante, de inmediato añadió: «no te preocupes hija, que ahora mismo te traigo uno verde». Tardaron lo que se tarda en hacer el mojo, porque lo hacen para comerlo al momento.

A continuación vinieron con un cuenco que contenía un puchero vegetariano, de fábula, exquisito. No se deciros las hortalizas y verduras que tenía, porque algunas no las conocía. A ver si adivináis alguna en la foto. Además, una ensalada que añadía, a lo clásico, frutas diversas que le daban un toque dulce-salado fantástico.

Más tarde vino nuevamente la Sra. Efigenia a preguntarnos si queríamos café. Claro que sí, pero yo quería además un postre como el que se estaban comiendo los de al lado. Una especie de flan con almendras finas por arriba y regado con miel de palma. Además, un café y un licor hecho también por ellos.

Antes de irnos, una vez más la dueña vino a preguntarnos si nos había gustado todo, para enseñarnos otro salón donde dan comidas, para presentarnos a su hijo (que pasaba en ese momento «ven, que quiero presentarte a unos amiguitos») y para hablar sobre quién iba por allí, quien se quedaba (también tienen hostal) y qué hacíamos nosotros. Para nuestra sorpresa allí había estado Angela Merkel entre otros muchos personajes públicos.

Como le dijimos que nos gustaba la naturaleza y caminar por los senderos, se metió en la cocina y salió… con una bolsa de garbanzos torrados mezclados con pasas y unas pastas (artesanales, por supuesto).

Nos despedimos de ella dándole un par de besos cada uno, como si fuéramos familiares. Nunca había estado en un lugar donde hicieran que me sintiera tan «como en casa». Viajar a la Gomera merece la pena de verdad y comer un día en «Casa Efigenia» es una experiencia que se recuerda como un privilegio. Al menos esa es la sensación que nos quedó a nosotros.

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