Camboya: los templos de Angkor

Estas sonrisas son del s.XII. Sonrisas de piedra que nos hablan de un gran imperio del pasado, el Imperio Khmer. Era impresionante observar de cerca los detalles de la piedra labrada, expuesta a lluvias y soles. Sólo la decadencia del imperio las sumió en el olvido, y permanecieron durante siglos escondidas entre la vegetación, hasta que en 1860 fueron descubiertas por el explorador francés Henry Mouhot.

La visita de los templos de Angkor se queda grabada para siempre en la memoria. Pasamos tres días enteros recorriendo los templos, en dos motos alquiladas. Boram y Chetra fueron nuestros simpáticos conductores. La moto era el transporte ideal porque van a poca velocidad, puedes disfrutar del paisaje y alivias el calor.

La primera visita fue el impactante Angkor Wat. Un amplio foso de agua lo rodeaba. La civilización khmer tenía un complejo sistema de regadío. La avenida que conducía hasta el templo era larguísima; leímos que tenía 475 de longitud y 9,5m. de anchura. A lo largo de toda la avenida había una balaustrada de piedra con forma de serpiente, la mitológica Naga, y a ambos lados estaban dos estanques con nenúfares flotantes. Al fondo aparecían las tres torres principales, de piedra oscura, y el resto de torres asomando por los laterales. El entorno era muy húmedo y verde. Era un templo enorme, nos sorprendió su gran tamaño.

Recorrimos durante horas el laberinto de galerías. Había muy pocos turistas, y de vez en cuando nos cruzábamos con un monje de túnica azafrán. Las paredes de las galerías tenían bajorrelieves muy bien conservados, considerando que eran del s. X. Representaban escenas de la mitología hindú: guerreros luchando, figuras en elefantes, hombres en barcas…En las paredes había muchas apsaras, una especie de capillas esculpidas en la piedra con bailarinas de pechos redondos y descubiertos, y aretes en los tobillos. Cuando salía el sol iluminaba las figuras y bajorrelieves dándoles una tonalidad dorada.

Ta Prom

 

Seguimos visitando el Angkor Tom, que es una ciudad fortificada con cinco puertas. Las puertas impresionaban porque parecían una entrada a la selva, y delante tenía cincuenta y cuatro estatuas de dioses y demonios, casi todas decapitadas por el expolio que sufrió Camboya después de la guerra. Dentro de la ciudad de Angkor Tom recorrimos los templos Bayon, Bapturon y la Terraza de los Elefantes.

El Templo de Bayón, pese a lo leído, fue otra gran sorpresa. ¿Cómo no va serlo encontrar en la jungla doscientas caras de piedra sonrientes? Las caras estaban esculpidas en los cuatro lado de las cincuenta y cuatro torres góticas que formaban el conjunto. Como había varios niveles podías acercarte junto a ellas. Cada cara tenía la altura de una persona. Los labios eran gruesos, sonriendo, y las orejas alargadas. Decía que las caras representaban a su constructor, Jayavarman VII. Por todas partes había perfiles y rostros observándonos. Eso convertía al templo en único.

 

Bayon

 

Vimos la salida del sol frente al Bayón. La luz iluminó sus caras de un tono amarillo pálido. Todo estaba en silencio, estábamos prácticamente solos (solo había diez guiris más, dispersos entre las piedras) y se oía el canto de algún pájaro en la jungla.

El Bapturon tenía forma de pirámide y representaba el Monte Meru. Caminamos por la Terraza de los Elefantes, de 350m. de longitud, donde celebraba las ceremonias el rey del imperio Khmer. Pasé todo el día preguntándome cómo una cultura capaz de construir aquellos templos tan magníficos había pasado del esplendor a la decadencia y destrucción.

Visitamos muchos más templos de forma relajada, entrando en las pequeñas capillas done un monje quemaba incienso, sentándonos en las antiguas piedras para leer, charlar, tomar frutos secos y simplemente contemplar el espectáculo. Encontrábamos algunos niños, o a algún guía oficial y guardián del templo, vestidos con un uniforme gris con un brazal blanco en la manga. Pero eran muy discretos y no imponían sus servicios.

Mi templo favorito fue Ta Prom, una simbiosis entre la naturaleza y la arquitectura. Había más árboles de lo que pensábamos creciendo sobre muros y puertas, abrazándolos, desplegando sus tentáculos. A veces parecían resquebrajar las piedra, y otras apuntalarlas. Creo que había sido un acierto no talar aquellos magníficos y altos árboles de gruesos troncos, que embellecían el conjunto del templo y le añadían encanto. Era salvaje. Esa es una de las imágenes que me quedaron grabadas con más fuerza.

 

Sonrisa Camboya

 

Nuria Millet Gallego

 

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