Al recorrer los cañones del Duero y sus afluentes entramos en un mundo donde reina la naturaleza. La mano del hombre apenas se percibe bajo el manto natural de una abundante vegetación mediterránea que se adueña de estos parajes de difícil acceso. Son frecuentes los avistamientos de grandes aves como alimoches, buitres leonados, águilas perdiceras y culebreras, cigüeñas, garzas…así como las de menor porte que habitan bosques y riberas.
El Rincón del Trotamundos. Javier Elcuaz del Arco
Vamos a enlazar dos rutas señalizadas por el Ayuntamiento de Villarino de los Aires para disfrutar todos los alicientes que proporciona este rico entorno.
Comenzamos a caminar siguiendo la ruta llamada Piconitos. Descendemos hasta el cauce del río Duero entre bancales construidos en estas fuertes pendientes para cultivar olivos, almendros y viñedos. Al otro lado del río se nos presenta a la vista Portugal, tras la amplia curva de agua remansada que forma parte del embalse de Aldeadávila.
Seguimos caminando muy cerca del cauce sobre una herbosa alfombra empapada por las recientes lluvias. La retama impone el amarillo de sus flores sobre el morado de cantuesos y lirios silvestres y toda la cohorte de flores primaverales.
Remontando la corriente llegamos a la desembocadura del río Tormes, en el paraje conocido como Ambasaguas. Hacia el norte, a lo lejos, destaca el color amarillo que luce la presa de Bemposta.
Una carretera llega a este lugar desde Villarino. Aquí encontramos un merendero y dos antiguos molinos alimentados por la corriente del Tormes antes de la construcción de estos grandes embalses. Nosotros la ignoramos y continuamos por una senda abierta recientemente para celebrar la carrera Arribes ocultos. Hemos dejado el cañón del Duero. Ahora comenzamos el recorrido del cañón del Tormes en un tramo sin ningún vestigio de actividad humana. Una espesa vegetación de ribera solo nos deja ver la senda. Intuimos las paredes del cañón a nuestra derecha y el río a la izquierda.
Por fin, en Baldosa, se nos abre la vista en una amplia pradera cerrada por la ladera de Esbedal, por donde comenzamos la subida que nos llevará al Teso de San Cristóbal.
El teso es una prominencia granítica que se levanta trescientos metros sobre la falla por donde discurre el río Tormes. Las vistas que ofrece se pierden en el horizonte tras Portugal, Villarino, Fermoselle y las arribes tormesinas. Alberga una pequeña plaza de toros construida en piedra; la ermita de San Cristóbal, el abogado de los vadeadores de ríos que protegía a quienes intentaban cruzar estos cañones antiguamente, y los restos arqueológicos de un posible asentamiento prerromano de la II Edad del Hierro. El conjunto merece una visita sin prisa para disfrutar todo lo que aporta.
Al teso se puede llegar desde Villarino por un camino asfaltado de 3 kilómetros de longitud. Nosotros enlazaremos con la ruta senderista que viene del pueblo y lleva a Vendemoros. Por ella descendemos hasta el Tormes. Pasando por los restos del molino de Vendemoros, que también fue fábrica de luz, llegamos a las cuevas de Vendemoros. En realidad se trata de oquedades, con formas caprichosas, excavadas en un afloramiento de roca sedimentaria por la erosión producida por el arroyo Fuente de los Frailes.
Retrocedemos para acercarnos a contemplar una de las secciones más espectaculares del cañón del Tormes. Primero ascendemos hasta situarnos frente a las enormes paredes verticales del otro lado del cañón. La cascada de la Escalá despeña sus aguas, que aunque poco abundantes, componen una imagen hechizante. Bajamos y alcanzamos la salida del cañón bajo la elevada verticalidad de sus muros de piedra.
La ruta nos lleva por la Rivera de la Pescadera. Apenas percibimos el fuerte ascenso, absortos como vamos ante la sucesión de cascadas y remansos, pequeños desfiladeros y una rica vegetación que se sucede sin pausa a nuestro paso. Bastante arriba, un pequeño sendero nos aparta hasta la cascada del Desgalgadero. A pesar de su menguado caudal, merece la pena contemplarla.
La ruta que traemos nos devuelve a Villarino entre los cultivos que preceden a su caserío.
Durante 23 kilómetros hemos disfrutado unas 9 horas recorriendo este itinerario que repetiremos, y recomendamos, siempre que se presente la ocasión de realizarlo.