El Rincón del Trotamundos. 30/4/2013
Avanzamos lentamente, como si fuésemos hormigas o marcianos con dos patas, por el lecho fragmentado del antiguo glaciar. Las nuves nos protegen del sol y encubran un halo de misterio y penumbra, en medio del cual, se alzan como penitentes inertes y desafiantes, picos, aristas, corredores y sinuosos collados que invitan a escapar de este caótico lugar, de aspecto siniestro y donde todo es armonía menos la presencia del hombre. Un lugar que impresiona, que te estremece, al tiempo que te cautiva y te atrapa como si fuera un imán.
Hay momento en los que las nubes se rompen y dejan ver un hueco en el cielo por el que penetran los rayos del sol, estos iluminan un minúsculo espacio de este mundo que yace descuartizado por las poderosas fuerzas de los elementos, donde sobrevivir es casi un milagro. La nieve proporciona volumen y contraste a este infierno que se antoja infinito y le da un toque de surrealismo, convirtiéndolo en una especie de cuadro salido de una mente imposible, de un pincel roto o de una mano que no obedece al artista.
Así amanece y transcurre el tiempo, el día, la vida los deseos y los sueños, asomados a esta ventana surrealista de la naturaleza, donde nada es lo que parece, y lo que parece es una metáfora como la vida. Una visión desproporcionada del caos que siempre nos acecha vayamos donde vayamos y estemos donde estemos.
Pronto la fuerza de la naturaleza, el temor a lo desconocido, la incertidumbre y la insignificancia de nuestro ser, nos hace retroceder reprogramando nuestro cerebro y disimulando nuestro miedo, escapamos corriendo en busca de un territorio, en apariencia, menos hostil en el que nos sentimos más seguros aunque eso sea relativo, pero así es nuestro ser, el que intuitivamente nos empuja hacia la autoprotección y a veces, solo aveces, al pánico.
