LA MIRADA DEL VIAJERO
Atardecía en la costa de A Coruña, el sol llegaba al ocaso y la penumbra se apoderaba lentamente de las playas, cuyas arenas eran batidas por el oleaje. El mar estaba agitado, aunque en tierra el viento yacía en calma. Con la oscuridad los acantilados y las rocas que emergían del mar, iban ganando volumen y se transformaban lentamente en una especie de seres pétreos que se batían con el mar.