Un viaje por la construcción del Caminito del Rey, en el desfiladero de los Gaitanes (El Chorro), provincia de Málaga, Andalucía. Una de las rutas de senderismo, hasta hace pocos años, más peligrosas del mundo, después de la senda de Huashan en China. El Caminito del Rey, discurre colgado de las paredes verticales de roca caliza horadadas por el río Guadalhorce, lugar de encuentro de escaladores de todo el mundo.
El Rincón del Trotamundos. José Luis Pina
La Sociedad Hidroeléctrica del Chorro, propietaria del Salto del Gaitanejo y del Salto del Chorro necesitaba un acceso a ambos para facilitar el paso de los operarios de mantenimiento, transporte de materiales y vigilancia. Las obras empezaron en 1901 y terminaron en 1905. El camino del Rey comenzaba junto a las vías del ferrocarril y recorría el Desfiladero de los Gaitanes.
En 1921 el rey Alfonso XIII fue a la inauguración de la presa del Conde del Guadalhorce cruzando para ello el camino previamente construido, o al menos lo visitó. A partir de este momento se le empezó a llamar Caminito del Rey.
Hoy es un sendero turístico que aparece en las guías de medio mundo, pero el germen de Caminito del Rey fue otro muy distinto. Originariamente concebido como un camino de servicio, ha pasado por diferentes etapas. En los últimos años antes de su clausura -cuando ya se había ganado el apelativo del ‘sendero más peligroso del mundo’- fue un lugar en el que sólo se adentraban los más valientes y temerarios.
Pero antes que ellos hubo niños que iban al colegio sin nadie que los guiara, y parejas de enamorados que se perdían entre los muros del cañón, y vecinos de la zona que salían a ver y ser vistos… Y mucho antes, hace más de un siglo, ni siquiera hubo cemento.
Resulta curioso que el germen del Caminito del Rey fuera precisamente la madera. Las primeras tablas en el Desfiladero de los Gaitanes se colocaron en 1901 y no lo hicieron obreros al uso sino gente acostumbrada a vivir lejos de tierra firme. Fueron marinos quienes ensamblaron aquel camino primitivo que apenas se asemeja al actual, atados a cuerdas desde lo alto del acantilado y suspendidos en el vacío, una labor a la que ya estaban acostumbrados en un barco.
Pero el motivo que derivó en ese camino y en todo lo que le rodea surgió años antes, durante la construcción del ferrocarril Córdoba-Málaga. Fue entonces cuando la familia Loring, que tenía la concesión ferroviaria, se dio cuenta del potencial que tenía el río Guadalhorce y los saltos de agua del Desfiladero de los Gaitanes para generar electricidad.
El Rey Alfonso XIII en la colocación de la última piedra de la presa de El Chorro. / Fundación Sevillana-Endesa. El ingeniero y empresario Jorge Loring, primer marqués de la Casa Loring, consiguió también esa concesión, pero no llegó a explotarla.
Sería otro ingeniero vinculado a la familia por matrimonio, Rafael Benjumea Burín, quien tomó la riendas de un proyecto que con los años le supondría llegar a ser ministro con Primo de Rivera y el título del Conde del Guadalhorce. A principios del siglo XX, en España empezaba a gestarse un importante cambio en la generación de la energía.
Atrás estaban quedando las máquinas de vapor para dar paso a las centrales hidroeléctricas. Benjumea vio el potencial de El Chorro para poder generar energía suficiente como para dar servicio a Málaga y cubrir también las necesidades de su industria. Su sueño se vio ampliado con creces años más tarde y llegó a suministrar electricidad incluso a pueblos de Granada y Almería.
En 1903 se puso en funcionamiento el Salto Hidroeléctrico del Chorro. Esta pequeña presa elevaba el nivel del río creando un pequeño canal cubierto por tuberías. Para controlarlo, Benjumea contrató a los marinos para que construyeran un camino de tablones y poder así acceder a la zona para efectuar labores de mantenimiento. Supuso la creación de una plataforma paralela para controlar la compuerta y los accesos a la presa original. Fue el primer tramo del actual Caminito del Rey.
En 1903, Benjumea funda la Sociedad Hidroeléctrica del Chorro con la finalidad de construir un gran pantano. Una vez aprobado el proyecto, se volvió a reformar para crear una presa de 50 metros de altura y una capacidad de embalse de 80 hectómetros cúbicos.
Pese a la carestía de materiales por la I Guerra Mundial, las obras pudieron concluir el 21 de mayo de 1921. La trascendencia del proyecto supuso que el rey Alfonso XIII acudiera a la colocación de la última piedra. Un sillón de piedra, hoy conocido como el sillón del Rey, dejó constancia de la visita del monarca.
El ingeniero Benjumea vio en el precario caminito de tablas de madera una oportunidad de sorprender al monarca. Durante la gran obra decidió dar un paso más allá: retiró la vieja estructura y la cambió por cemento y vigas de tren como soporte.