Frías, un mosaico de arquitectura medieval

Siempre que se lucha hay una posibilidad de vencer

Al paso por la comarca de las Merindades burgalesas, el río Ebro saluda en su margen izquierda a la que dicen que es la ciudad más pequeña de España: Frías. Nacida en el siglo IX, pasó por las manos de varios reyes que dominaban Castilla, y señores feudales. Fue Navarra y Castellana y luego regalada por Juan II al señor de Velasco, que la dominó a su gusto y capricho. De esa antigua dominación feudal quedan numerosos vestigios en la ciudad, además del castillo y el puente de nueve ojos sobre el río Ebro, la antigua fiesta del Capitán, que se celebra por San Juan y en la que se rememora el duro enfrentamiento de los vecinos de Frías que se revelaron contra la tiranía y el poder absoluto del duque de Frías.

 

 

La ciudad medieval de Frías, llegó a tener más de 2000 habitantes, pero la emigración, propiciada por factores como el aislamiento, redujeron la población hasta los 270 habitantes actuales. Hoy Frías es un pequeño núcleo rural que atrae a los viajeros y trotamundos por su belleza arquitectónica, su paz y el singular emplazamiento en la cima de un saliente rocoso lo que ensalza más la belleza de su arquitectura medieval.

Las murallas y torreones del castillo, concentra todas las miradas del viajero. Su torre principal se levanta amenazante sobre una gran roca que pende sobre el precipicio con la sensación de que se puede desplomar en cualquier momento sobre casas y viandantes. Desde lo alto de la torre, a la que se accede desde el bello patio central del castillo, las vistas del entorno de Frías son sobrecogedoras, pues se domina el curso del Ebro, los montes Obarenes y se llega hasta los dominios de Álava. No menos espectacular es el paisaje que ofrece desde lo alto de la torre el propio casería de Frías, que como un mosaicos aparecen entrelazados los tejados rojos, las callejuelas y el roquedo.

La calle principal de la Muela atraviesa la ciudad y nos lleva hasta la iglesia de San Vicente, dejando a izquierda y derecha callejuelas, bellos rincones y pasadizos, alguna de estas callejuelas suben hacia lo alto del recinto amurallado, mientras otros lo hacen hacia el río donde se asientan algunos antiguos molinos, y viejos conventos.

De las muchas parroquias que había durante el medievo en la ciudad de Frías, sólo queda en la actualidad la de San Vicente, que conserva muy poco de su vieja fabrica románica. La portada principal de este iglesia fue vendida y trasladada piedra a piedra hasta Nuevayork e inhalada en el Museo de los Claustros, (si algún viajeros tiene la oportunidad de visitar esta ciudad americana, puede disfrutar de esta joya de la arquitectura románica junto con otras muchas obras de arte fruto de la rapiña del imperio en la Península Ibérica), en Fría solo quedan las desnudas paredes del templo. Un sacrilegio que no logra empañar la visita del viajero a la población. Otros muchos encantos guarda esta  ciudad, como los apretados caseríos de toba y madera que tapizan la ladera y la plaza porticada del Mercado, que guarda la memoria del paso de arrieros y mercaderes por la ciudad que traían vinos desde  La Rioja. También quedan en pie la iglesia gótica de San Vítores y los escasos pero interesantes restos de dos conventos: el de San Francisco, y el de Santa Amaría.

El otro extremo de la calle de La Muela nos acerca, por la calzada empedrada, hasta el hermoso puente gótico que cruza el río Ebro, el río que riega las huertas del valle de Tobalina y vértebra el norte Peninsular. Sin duda una joya civil de gran belleza y sólida planta que resiste el paso del tiempo, los embates de las crecidas del río y los proyectos urbanísticos. Por este puente se entró desde siempre a la ciudad medieval de Frías, y desde entonces se ha repetido en la retina de miles de viajeros que por este puente han cruzado el río la estampo del casillo saludando orgulloso desde lo alto de su atalaya. Bajo la torre que se encuentra en el centro del puente, que hoy cruzamos seis siglos después con plena libertad en ambas direcciones, se cobraba antiguamente el derecho de pontazgo: los bolsillos del señor feudal de Fría agradecieron así durantes décadas que éste fuera el único paso obligado entre la meseta y el Cantábrico, algo así como hoy sucede con las autopistas de peaje para las grandes constructoras.

Al atardecer algunos vecinos de Frías mantienen la sana costumbre de sentarse a charlar en los caminos que rodean el pueblo o en el paseo de la muralla, un buen lugar para contemplar, en primavera, la verde campiña y en otoño, deleitarse con los colores que tapizan la vegetación de ribera que acompaña el curso del río al paso por la ciudad. Sin duda el viajero encontrara en Frías muchos lugares donde posar su curiosa mirada, disfrutar de la estampa medieval que conserva esta ciudad, sentirse libre en los fríos amaneceres del invierno de limpia atmósfera y escuchar los silencios de esta tierra al anochecer cuando solo las chimeneas dejan escapar el transparente humo de leña.

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