EL CORRAL DEL DIABLO DOMINANDO NUBES Y NIEVES

Texto y fotografía de Javier Elcuaz

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En el extremo occidental de la Sierra de Gredos, la sierra del Barco esconde, en lo más recóndito de su interior, tres lagunas creadas por los glaciares que cubrieron estas montañas graníticas y labraron los valles que facilitan su acceso. Pero también se pueden encontrar otras rutas que penetran en el pétreo corazón donde nacen las gélidas aguas que alimentan las corrientes cristalinas y se precipitan en atrevidos saltos hacia el río Tormes. Una de estas rutas es la que seguimos para coronar el Corral del Diablo, la cima que se eleva sobre el circo de la laguna de la Nava, desafiando el frío viento del norte que se estrella impotente contra él.
La ruta discurría por la cuerda de Riscos Altos, atravesando extensiones en pendiente cubiertas de piornos que mantenían el agua helada de la lluvia del día anterior y, además, obligaban a realizar un esfuerzo suplementario en la ascensión.

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El día se inició con una niebla densa que no dejaba ver más allá de una decena de metros. Sin embargo, la ruta era fácil: subir, subir y sufrir hasta alcanzar la cima de la cuerda cubierta de nieve dura que cedía, de vez en cuando, obligando a mantener en todo momento la concentración necesaria para evitar inconvenientes mayores. El esfuerzo, sin embargo, tuvo su recompensa. Una vez superada la niebla, un sol radiante, brillando en una atmósfera nítida, producía destellos en la blanquísima nieve virgen que cubría las cuerdas y picos más altos sobresaliendo entre las nubes.

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El frío viento del norte que nos acompañó durante toda la jornada, animaba a caminar con las escasas e imprescindibles paradas para hacer fotos y reponer las energías imprescindibles para alcanzar la cima del Corral del Diablo y disfrutar del soberbio espectáculo que, generosamente, ofrece esta cumbre a quien paga el tributo de alcanzarla. Tras descender por su helada vertiente oriental llegamos hasta el dique de la laguna de la Nava. El lugar, a resguardo del viento, ofrecía la hospitalidad que se agradece en la montaña para realizar la comida más importante del día. Cuando la sombra proyectada por el pico nos alcanzó, iniciamos el regreso por la garganta de la Nava. La nieve dura y el hielo que cubría las piedras obligaban a extremar las precauciones al sortear los tramos más expuestos en el inicio del camino que discurre entre la roca viva y descarnada. Las praderas que tapizan la amplia zona baja de la garganta son un preludio del robledal que transmite la serenidad necesaria para evocar los mejores recuerdos de un día pleno en sensaciones de montaña invernal compartidas gratamente en un ambiente de armonía donde cada uno dio lo mejor de sí mismo.

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