POR TIERRAS DE LA RAYA, EN BUSCA DE CASTILLOS Y TESOROS IMAGINARIOS

Texto y fotografía de Rafa Álvarez

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Llegamos Alburquerque una mañana soleada del mes de mayo, recorrimos las calles y plazas de esta blanca villa pacense, recostada sobre el roquedo de la sierra, cuya cima está coronada por el castillo de Luna, con sus torres almenadas, portones y el viejo recinto amurallado que le hacen casi inexpugnable. Tomamos la ciudad sin resistencia, las gentes del lugar son pacíficas y poco alborotadoras, todo lo contrario, incluso afables con el forastero que es acogido por el pueblo de muy buen agrado, aunque no se conozca muy bien las intenciones de este.
Degustamos los ricos caldos que a la sazón nos ofrecieron, los dulces de la tierra y continuamos con las porras y el chocolate, un alimento muy bueno para mantener la mente despierta y el cuerpo en acción. Paseamos por el casco antiguo dominado por su imponente castillo en proceso de conversión en alojamiento de alto nivel, tras haber albergado entre sus almenas a viajeros inquietos y de menor poder adquisitivo. También disfrutamos contemplando la iglesia del mercado y las callejuelas que conservan la arquitectura tradicional, donde sobresalen las casonas nobles, los portones góticos y los majestuosos palacios de paredes encaladas y bellas rejas que sobresalen de balconadas y ventanales al estilo andaluz.

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Abandonamos la ciudad entre el olor a azahar que inunda plazas y calles, los sonidos de campanas y trompetas, para encaminarnos por callejas de altos muros y cancelas de hierro. Fuera ya de la ciudad, aparecen los campos de olivos y vides que junto con las dehesas no acompañan en nuestro camino hacia el castillo de Azagala, situado en el oriente. Por el camino, el sol aprieta con fuerza haciendo mella en los cuerpos maltrechos y en las monturas, por lo que decidimos hacer un alto para abastecernos de agua en la fuente del Corcho situada al abrigo del roquedo. De paso nos echamos una siesta bajo las corpulentas ramas de una encina umbrosa, siguiendo así las costumbre de la tierra y de paso para absorber las energías positivas que dicen transmite este árbol. Finalizado el descanso y ya repuestos, continuamos camino hacia el castillo de Azagala, pasando por la Ciudad dormida y la ermita de Santiago, un antiguo templo situado en plena sierra, entre encinas y alcornoques en un paraje bravío donde la naturaleza no entiende de ley.

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A eso de la media tarde entramos en los dominios del castillo de Azagala, a cuyos pies se halla el lago de la Peña del Águila que cubre una basta extensión del territorio. En las aguas de este embalse se reflejan en los atardeceres las torres y almenas del misterioso castillo, erigido en lo alto del roquedo, entre una abigarrada vegetación mediterránea de encinas, alcornoques, acebuches y madroños. Al atardecer asaltamos la fortaleza y fuimos tomando uno a uno, todos sus aposentos hasta conquistarla completamente. Después de haber sometido a los escurridizos defensores del castillo, y de haber tomado posesión de esta histórica propiedad, nos retiramos a las cercanías donde establecimos el campamento, y nos dispusimos a pasar la noche, en el hotel de las mil estrellas, empapados por la floresta que cubre estos montes y la euforia que produce en nosotros el fragor de la batalla ganada al enemigo.
Durante la noche unos intrusos intentaron atacarnos por sorpresa pero gracias a la siempre atenta vigilancia de Javier, todo quedó reducido a una simple escaramuza de ladridos y un poco de alboroto por parte de los corzos del lugar. Al parecer estos ungulados se sentían un poco molestos por nuestra inesperada presencia y pretendieron echarnos del lugar, cosa que no consiguieron. Una inolvidable experiencia la que nos deparó este paraje, difícil de olvidar y nada común en nuestras muchas correrías, aventuras y conquistas de lugares paradisíacos como este, donde el tiempo parece haberse detenido en el fragor del bullicio contemporáneo de estos arrabales.

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Al alba, y mientras Javier meditaba dando gracias a los dioses por la conquista del castillo y la débil resistencia del enemigo, yo regresé al interior de la fortaleza armado con el trípode y la cámara, para hacer una nueva incursión y asegurarme de que todo estaba en orden y de que en la toma de la fortaleza llevada a cabo la tarde anterior, habíamos saqueado todas las pertenencias de valor que la noble atalaya poseía en su interior. De esta forma pude comprobar que las estancias del castillo se encontraban vacías, los muebles, de poco valor, estaban por el suelo y los moradores, los que no habían tenido tiempo de huir, yacían dóciles sin ofrecer ningún tipo de resistencia.
Abandonamos el castillo de Azagala y sus alrededores, y continuamos camino por las dehesas, entre el ganado bravo y los nidos de cigüeñas, para retornar a la calzada, donde se nos unió Manolo, repuesto ya de la fatiga sufrida el día anterior de camino hacia la incruenta batalla. Ahora, todos juntos, seguimos camino, atravesando las extensas dehesas, y nos encaminamos hacia la villa de Valencia de Alcántara, una ciudad situada en la Raya, de gran raigambre medieval y militarista. En esta villa pudimos comprobar que aún se conservan las huellas dejadas por las contiendas mantenidas entre árabes y cristianos y entre portugueses y castellanos, además de la estancia durante siglos de comerciantes judíos que vivieron en esta población. La noble villa guarda un barrio gótico judío, en donde se conserva una bellísima arquitectura de época medieval, con arcos apuntados, fachadas y dinteles serigrafiados y nobles escudos que jalonan los recios muros de las casas.

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Tras abandonar Valencia de Alcántara, no sin antes tomar la fortaleza y sus dependencias anexas, nos internamos en tierras de la vecina Portugal para ascender hasta lo alto de la ciudad histórica de Marvao y su castillo, situado en la cumbre de unas inexpugnables colinas rocosas rodeadas por muralla. En esta vieja ciudad de puertas abiertas, permanecimos largo tiempo contemplando las maravillas levantadas por el hombre y la perspectiva del lejano horizonte que desde este lugar se pierde en todas direcciones que uno mire. Sin duda un sabio emplazamiento para tener dominio sobre los movimientos del enemigo en tiempos más belicosos, cuando las batallas y escaramuzas entre Españoles y Portugueses eran el pan de cada día.
La tarde, enfurecida por el sol de poniente que arrasaba el caserío y las legendarios murallas que lo encierran, tocaba a su fin, por lo que se hacía necesario continuar camino sin más dilación pues el territorio estaba totalmente explorado. Abandonamos el recinto amurallado por la puerta norte, cargados con un montón de valiosas sensaciones y con las alforjas llenas de tesoros en forma de imágenes, evocadores recuerdos de nuestra efímera aventura por estos territorios fronterizos, de leyenda universal, donde la historia y la fábula se dan la mano en un interminable viaje del hombre y su cabalgadura.

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One thought on “POR TIERRAS DE LA RAYA, EN BUSCA DE CASTILLOS Y TESOROS IMAGINARIOS

  1. Gracias por tu valioso blog con tanta información. Por favor envíame direcciones de albergues para personas de la tercera edad, con espíritu deportista que les gusta conocer lugares interesantes, especialmente en España!

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