LOS MONTES AQUILIANOS

Texto de Rafa Álvarez: fotografía de Manolo Santervás

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Ya estamos metidos de lleno en pleno otoño, una estación llena de matices, colores y bellos paisajes. En la que los campesinos y algunos animales salvajes, recolectan en los bosques, los frutos silvestres para llenar la despensa y pasar el largo invierno sin penurias. Es tiempo también de meditación, de lectura, de viajar al interior del mundo rural y descubrir los rincones más apartados de la naturaleza.

Para disfrutar de todo esto, incluida la aventura y el silencio, El Trotamundos, nos invita hacer un viaje por el valle del Silencio, en el bajo Bierzo León y redescubrir lo que hace cientos de años ya descubrieron los mojes cordobeses, cuando huyendo de los árabes, se refugiaron en estas montañas y levantaron monasterios, iglesias y algunas ermitas, poniendo bajo su dominio ha todos los campesinos del lugar.

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Paisajes de ensueños, de súbita belleza, de montes atormentados, bosques centenarios y pueblos escondidos que guardan entre sus recias paredes una incalculable riqueza. Parajes de silencio, ermitas y monasterios construidos con la tosca pizarra de su entorno. Estos monumentos levantados por el hombre se elevan bajo la atenta mirada de los montes Aquilianos, de cuyas cimas se descuelgan en forma de artesa, los valles glaciares de la Hoz y el Silencio. A los pies de estos montes nace el río Oza, que en su apresurada búsqueda del río Sil, mueve norias y molinos y se desliza en silencio bajo los milenarios puentes romanos, regando a su paso las fértiles huertas del bajo Bierzo.

Siglos sobre siglos, valles y montañas cargados de historia y de una rica cultura. Pueblos que a decir del tiempo, han resistido el paso de este y armonizan con las escarpadas paredes de blanca cuarcita, cuyos cimientos se abren sobre milenarias tumbas. Bosques centenarios que crecen sobre rápidas corrientes de aguas cristalinas. Hombres que al pasar del tiempo han olvidado su edad y su pasado, edad que yace grabada sobre los viejos monumentos, levantados por el hombre a lo largo de los siglos, cuyas nobles paredes se hallan cubiertas por musgos y exuberante líquenes.

Aquí donde la naturaleza y el hombre han esculpido rincones de expresiva belleza, que se funden en un todo armónico, sin que nada falte ni sobre, transcurre uno de los viajes por la España profunda, más fascinantes de cuantos podamos realizar por esta comarca leonesa del bajo Bierzo.

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Nos adentramos en el Valle del Silencio, por la pequeña carretera que sale de Ponferrada en dirección sur y asciende por los márgenes del río Oza. El primer pueblo que nos encontramos, en el inicio de la ruta, es San Esteban de Valdueza, pueblo señorial típicamente berciano, con casonas blasonadas y un magnífico puente romano que une las dos orillas del río. A escasos tres kilómetros del pueblo, y siguiendo por el valle del Silencio, se encuentra Valdefrancos; esta aldea se alarga por ambas márgenes del río. Posee un singular y estrechísimo puente de piedra con arco de medio punto.

Continuamos viaje y llegamos hasta San Clemente de Valdueza, que al igual que los pueblos anteriores, conserva el típico trazado de calles estrechas y retorcidas, casas enteramente de pizarra y hórreos de madera. A unos dos kilómetros aproximadamente, aguas arriba, siguiendo por la estrecha carretera, llegamos a la antigua ferrería de los monjes. A la derecha queda la casa «habitación» del monje administrador; a la izquierda, los vestigios del banzadillo, (fragua) en bastante mal estado de conservación. Esta ferrería fue construida por el abad Benito Monteagudo hacia el año de 1730.

En este lugar, el viajero tendrá que elegir entre seguir la ruta a pie por la parte alta del valle o continuar en coche por la carretera que discurre paralela al río Oza, con desvío a Montes de Valdueza para luego continuar hacia Peñalba, la aldea más alta del valle. En Peñalba de Santiago, debe tomar una pequeña carretera de montaña, que enlaza con la carretera que baja del Morredero, para descender hasta la aldea berciana de Bouzas y continuar por San Cristóbal de Valdueza, Manzanedo de Valdueza y Villar de los Barrios.

Aquéllos a los que les gusta la aventura, redescubrir los viejos caminos que se internan en los montes y disfrutar de los lugares apartados y solitarios, deberán tomar el camino de carro que parte de la ferrería y asciende en zig-zag por la ladera de la montaña, por entre bosques de roble y monte bajo, que lleva hasta el pueblo de Montes de Valdueza, situado a 1093 m. sobre la agreste ladera de la montaña.

El paraje en el que se enmarca esta hermosa aldea es de una belleza poco común; las casas están hechas con paredes y techos de pizarra y se elevan en perfecta armonía con el antiguo monasterio de Montes y con el entorno montañoso que le rodea, sobre cuyas laderas se extienden espesos bosques de castaños y robles que llegan hasta las mismas calles del pueblo.

La sobriedad y el encanto de Montes sobrepasa todos los límites de lo conocido. La impresión que uno siente al contemplar esta perdida aldea en una tarde nublada de otoño, cuando las hojas amarillas de los árboles cubren el suelo húmedo de las calles, es algo indescriptible. Esta sensación se percibe con mayor intensidad, al deambular por sus silenciosas callejuelas y acariciar las losas de pizarra que sostienen los muros, los dinteles de las puertas y las toscas techumbres de las viviendas, donde el inexorable paso del tiempo ha dejado profundas huellas.

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Junto a la entrada del pueblo, a la izquierda, encontramos una humilde construcción: la ermita de la Santa Cruz, que data de 1723, en cuyo templo se conservan, incrustados en el muro exterior, interesantes relieves visigóticos y mozárabes con inscripciones y una cruz hispano-goda del siglo X, procedentes de la primitiva ermita. En el interior del pueblo, dominando la aldea y el entorno, se levanta todopoderoso el monasterio de San Pedro de Montes. Éste tiene su origen en el Siglo VII, aunque del pasado visigótico y mozárabe apenas sí se conservan restos. Pese a su estado de abandono y ruina, el conjunto monacal ofrece un aspecto impresionante. El campanario y la portada que comunican la iglesia y el claustro son de estilo románico.

De las puertas del monasterio sale una calle que, tras pasar por debajo de unas solanas de madera, cruza el arroyo de Valdecorrales y desemboca en un viejo camino de herradura; éste asciende por la parte izquierda en dirección al valle de Pico Tuerto. El camino sube por el bosque hasta alcanzar una portilla marmórea que las aguas han abierto en los farallones de la Peña Peñalba. Llegamos a este paradisíaco lugar; nuestra mirada se detiene en los numerosos ejemplares de tejos que crecen encaramados en los riscos, una especie excepcional que constituye toda una reliquia del bosque autóctono que antaño cubría estas montañas.

El camino llega hasta una explanada de pastizales donde se hallan las ruinas de un antiguo poblado prerromano; desde este punto y orientando la mirada hacia el Este se puede contemplar una bellísima estampa del pueblo de Peñalba de Santiago. Esta aldea se asienta apacible sobre las suaves laderas de la montaña. Las techumbres de pizarra de las casas se elevan rasantes sobre todo el conjunto del pueblo; de estas sólo sobresale el cimborio y la espadaña de la iglesia Mozárabe de Santiago.

El sendero desciende hasta el fondo del arroyo del Silencio, cruza éste y sube por el valle para acceder a la cueva de San Genadio, situada en un altillo de la Peña Peñalba. El interior de esta cueva es espacioso; en las paredes y techo hay pequeñas cavidades y por una claraboya natural que hay en la parte superior, penetran en el interior los rayos del sol, iluminando toda la estancia, que invita al recogimiento y el silencio. San Genadio sabía elegir los lugares de suma belleza, donde el silencio era el protagonista. Desde la entrada de la cueva se tiene una sensacional panorámica del Valle glacial del Silencio, el pueblo de Peñalba y la iglesia de Santiago.

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Tras regresar de la cueva, el camino continúa por el valle del río Haró, pasa por el rustico cementerio y entra en Peñalba por la fuente del lavadero, en cuyas cercanías crecen algunos centenarios castaños y frondosos nogales que tuercen sus ramas sobre el curso del río.

La aldea de Peñalba guarda entre sus bellas casas de pizarra con galerías de madera y calles medievales, una de la joyas más preciadas del Bierzo: la iglesia de Santiago, auténtica reliquia del arte mozárabe español. La iglesia es lo único que se conserva del antiguo monasterio, fundado por los monjes cordobeses en el siglo X. Se accede a su interior por una hermosa puerta de doble arco de herradura, enmarcado por alfiz apoyado en tres columnas de mármol que recuerda al pórtico de San Miguel de Escalada. Ya en el interior del templo, emociona por su modestia y sencillez, y por los más de mil años de historia que atesora entre los arcos y muros esta bellísima iglesia.

Antes de abandonar Peñalba bajaremos al río para ver el molino harinero y recorrer el exuberante paraje donde esta situado este viejo edificio, toda una selva de especies vegetales que se aprestan entorno al curso del agua y enmarcan en su interior la rústica edificación de piedra, al igual que el puente por el que se accede.

De regreso al pueblo, nos vamos por las eras para tomar la carretera que sube por el valle del Silencio; pasado el curso de un arroyuelo se deja la carretera y se coge a la derecha por un camino bien marcado con tablillas y marcas de pintura; esta senda nos lleva por toda la ladera de la montaña, entre frondosos bosques, hasta la toma de agua de Ponferrada y la fragua de los monjes, en lazando con la carretera que sube por el valle de Valdueza para regresar al punto de partida.

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3 thoughts on “LOS MONTES AQUILIANOS

  1. Ahora de .cara a la primavera voy aponer mi cuerpo a punto otra vez,
    …dejar a un lado el pajariel y adentrarme un poco y conocer a pie
    los montes aquilianos, aqui los que vivimos en ponferrada, tenemos una
    suerte muy grande por tod la maravilla que tenemos a nuestro alrededor,
    me tengo que quitr unos kilos. de encima y el mejor metodo son las pistas
    y el senderismo, mejor de cara l buen tiempo, aunque el invierno tiene su
    encanto,pero hay que ir mas equipado y a su vez es mas peligroso, lo que le paso
    al compañero Oscar es una pena y eso que estaba preparado, pero alli arriba
    hay mucho peligro aunque a veces no lo reconozcamos, para mi la montaña es
    lo mas bonito que existe, abruptos de la soledad donde estas en paz contigo mismo
    vs por ejemplo por la zona de castilla y nada que ver con esto y como el bierzo en ningun lado
    sin olvidarnos de la sierra da encina da lastra en valdeorras u otros muchos sitios
    innumerables,,,¡vila la naturaleza en su estado puro! LUIS DE PONFERRADA

  2. Pues si os gustan las vistas, no os lo perdais estos días, desde que empiezas la subida, con todos los cerezos en flor…!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!inmejorable!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    !!!!!!Qué bonito es mi Bierzo!!!!!!

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