FUERON FELICES MIENTRAS DURO LA AVENTURA

RUTA EN BICLETA POR LA COSTA BRAVA

Lada y César Blanco

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Esta es la historia de como dos intrépidos y enamorados aventureros se embarcaron en una bonita y agradable ruta en bicicleta por la Costa Brava. Pongamos que nuestros protagonistas se llaman Lada y César.

En un principio tenían planeado realizar una ruta a pie de cuatro días siguiendo el Sendero del Mediterráneo GR-92, pero no quisieron desaprovechar la oportunidad que se les presentó cuando la hermana de César les ofreció bicicletas y alforjas. Así que se montaron en el tren regional Barcelona-Port LLançà.

Se dice muy fácil: «se montaron en el tren regional…» En realidad esta operación requiere un difícil ejercicio de coordinación y logística para conseguir subir las dos bicis, las cuatro alforjas y los dos ciclistas en un tren que solo para unos minutos, todo esto sin dejarse ninguna bici, alforja o ciclista en tierra, ¡imaginaros la papeleta sino!

Por fin tenemos a nuestros ciclistas en ruta, van tranquilos y rodando con soltura, ya que la carretera entre Port Llançà y Port de la Selva, aunque empieza con una leve subida, termina bajando hasta una playa de piedras con bonitas vistas hacia el pueblecito. En menos de una hora ya estaban allí, pero no fueron más lejos ese día por que la rueda trasera de la bici de Lada se negaba a rodar. La desmontaron, la montaron, la miraron de arriba abajo, pero no consiguieron que funcionase.

No sabían que hacer, se habían quedado varados en aquella playa. Así que se fueron a por el coche más grande que vieron para ver si les podían acercar a algún pueblo cercano. Resulto ser un caminoneto, transformado en caravana, que conducía Wili, un alemán windsurfero y medio hippie que viajaba por la costa Brava buscando aventura, playas salvajes y olas. Como era domingo y el taller no estaba abierto pasaron la tarde de paseo y charla con el nuevo compañero de aventura por Port Llançà. Todo un personaje este Wili lo mismo le da al monopatín, que al kayac de mar, al windsurf, disfrutando del mar y de los sitios tranquilos. Vaya donde vaya vive siempre en su furgoneta, hasta en el invierno alemán cuando las temperaturas descienden hasta los 20 grados bajo cero.

A la mañana siguiente llevaron la bici al taller, donde les dijeron que había que pedir un recambio para la rueda. Así que pasaron el día dando vueltas por el pueblo, los acantilados y disfrutando del paisaje mediterráneo, recogiendo piñas en los bosque de pino piñonero, y flipando con los chalecitos que tiene el personal por la costa Brava.

Cuando recogieron la bici en el taller, a eso de las cinco de la tarde, decidieron que ya estaban cansados de tanto Port LLançà y se lanzaron hacia Cadaques a pesar de la proximidad de la noche. Tras cruzar un duro puerto entre la niebla que se cernía sobre la montaña y rodeados de un silencioso bosque mediterráneo, llegaron al camping justo antes del anochecer.

A la mañana siguiente les esperaba un día cultural. Primero una excursión ciclista hasta el Cap de Creus, una zona impresionante por las formas extrañas de las rocas que se adentran en el mar. Por la tarde a ver la casa de Dalí en Portlligat, un tipo excéntrico y extravagante este Dalí, pero con buen gusto sin duda. Por la noche no podía faltar el paseíto por las encaladas callejuelas de Cadaqués y los románticos rincones de esta villa mediterránea y la cena en un restaurante coqueto y a salvo de los turistas que invaden la costa. Y finalmente, “corriendo al camping que nos mojamos”.

Aquella noche descubrieron lo que es la tramontana, y por que las rocas del lugar tienen esos agujeros tan típicos. El viento sacudió durante la noche la tienda de lado a lado sin piedad, como nunca antes habían visto. A la mañana siguiente salieron raudos y veloces en dirección a Roses. Cruzaron la zona más salvaje del Parque Natural del Cap de Creus, plagada de cabos, acantilados y pequeñas calas nudistas, pero también de subidas y bajadas y con la famosa tramontana aguardando tras cada recodo del camino para sorprenderles.

Al llegar a Roses chocaron de frente con el turismo de sol y playa. Pero no se desanimaron, y continuaron ruta hasta Figueras, cruzando la extensa campiña del Baix Empordà. Garzas, garcillas y garcetas les animaban a darse prisa antes de que les alcanzase la lluvia torrencial que en los últimos días de vacaciones caía sobre la Costa Brava.

Ahí están, otra vez enfrentados de nuevo a la ardua tarea de subir las bicis al tren. En esta ocasión un grupo de 20 chavalines les bloquean la entrada con sus 20 bicis, todos hablando en catalán, hasta que Lada en perfecto español, pese a ser checa, pone orden: “¡Perdona, pero no te entiendo nada!” Los chicos se pusieron firmes y en fila de a uno les subieron las bicis y las alforjas.

El traqueteo del tren les meció hasta dejarlos sanos y salvos en Barcelona. Donde fueron felices y comieron muy bien lo que les quedaba de vacaciones.

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