El Rincón del Trotamundos. Javier Elcuaz del Arco. 14/11/2012
Caminar entre los enormes paredones calizos del Cañón del Río Lobos, bajo la atenta mirada o el alado planeo de los buitres leonados que habitan sus cortados, es una de las experiencias más gratificantes que encontramos en la provincia de Soria.
Los colores del otoño enriquecerán la paleta de verdes vegetales y pétreos ocres grisáceos con los brillantes amarillos de los chopos y sauces ribereños.
La huella humana que encontramos en su inmediata cercanía, o en su mismo interior, no es menos interesante que la realizada por la naturaleza. Si buscamos la entrada sureste del cañón nos encontraremos con el pueblecito de Ucero.
Sus vecinos conservan con mimo la arquitectura tradicional con la piedra y la madera como materiales. Se echa de menos un paseo a lo largo del río para disfrutar de la armónica combinación de viviendas con la multitud de plantas que compiten por tapizar sus orillas.
Dominando el caserío y un amplio territorio circundante, el castillo de Ucero conserva buena parte de su pasada magnificencia.
En su origen se mezclan los templarios y la cercana cañada Soriana Occidental. Entre los lienzos de murallas que han resistido siete siglos de discordias y bonanzas nos sorprende la altiva solidez de la torre del homenaje, coronada por las ménsulas que soportarían sus almenas.
En su interior se funde la acogedora sensación protectora de sus muros con el vértigo producido por su considerable altura rematada en bóveda de crucería perfectamente conservada. Sería muy conveniente reafirmar adecuadamente todo lo que se mantiene en pie para evitar la obra destructiva del paso del tiempo.
Al dejar el castillo, caminando hacia el norte, no podemos perdernos la última imagen que proporciona como un buque navegando por el tiempo y el paisaje soriano de elevaciones inhóspitas y arbolados valles.
Descendemos sin esfuerzo sobre cultivos de álamos con la vista cerrada al fondo por el rocoso telón del Cañón del Río Lobos.
A medida que caminamos hacia el nacimiento del río Ucero van creciendo a derecha e izquierda las paredes naturales que nos llevarán hasta el inicio de nuestro recorrido por el cañón.
Ya en el interior de esta obra geológica encontraremos en un amplio recodo la ermita de San Bartolomé. El entorno merece una exploración completa.
Hay que subir hacia la pared de nuestra izquierda para contemplar todo el lugar desde arriba, atravesar los pasajes naturales y buscar pasadas huellas prehistóricas.
También debemos apreciar las desmesuradas proporciones de la Cueva Grande y, atraídos por su estrecha abertura luminosa, localizar la silueta de la ermita en el exterior.
Antes de continuar nuestro camino no podemos pasar por alto un reposado examen de la ermita. Tanto el interior como el exterior satisfacen una contemplación minuciosa de sus elementos constructivos y decorativos.
A partir de aquí será la huella dejada en la piedra por la sistemática obra erosiva de la naturaleza la que impresione nuestros sentidos hasta terminar nuestra ruta en el Puente de los Siete Ojos.
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