VIAJANDO POR LOS PARQUE NACIONALES DE ESTADOS UNIDOS
Death Valley, el Valle de la Muerte, creo que es el lugar más árido que he visto en mi vida. De hecho lo que te cuentan y lo que vas viendo antes de llegar sobrecoge. Geológicamente es una fosa tectónica producida por el hundimiento de una amplia región, para compensar la elevación de la grandiosa Sierra Nevada californiana. Así, en el fondo de Death Valley se está a -85,5 metros y enfrente quedan las montañas Paramint que rozan los 4.000 metros.
La sombra climática que proyecta esta cordillera hace que en este valle no llueva nunca y por si fuera poco la temperatura es abrasadora. Recuerdo estar a las 11 de la noche a 44ªC, a eso de la 1 de la madrugada un poquito de efecto Fhoen que es como dormir debajo de un secador de pelo, para estar a las 5 de la madrugada a 42ªC.
Llegamos desde Las Vegas, monumento al consumismo extremo, pero aunque cueste creerlo reconozco que merece la pena pasar algún día en esa ciudad: el dinero corriendo de mano en mano, imitadores de Elvis en cada esquina, capillas kitch donde en un momento estás casado, neones y más neones, hoteles grandiosos tipo parque temático: Caesar’s, Miragio, Excalibur, Tropicana, Venetian, … con casinos no menos grandiosos. Alucinante. Curioso no menos, que más allá de Las Vegas, la nada. Los desiertos de Nevada, una curiosa y solitaria “gasolinera-casino-bar-motel-museo de la ufología” y … cruzamos la aridez absoluta atravesando Funeral Range (el nombre de esta sierra va metiendo al personal en ambiente), y bajar, bajar y bajar con nuestro coche.
En Death Valley, a pesar de la casi-ausencia de vida (un correcaminos en el camping) hay lugares magníficos: Bad Water, punto más bajo de América; Devil’s Golf Course, o Campo de Golf del Diablo, acúmulos de sosa y otras sales; Dante’s View, o la Vista de Dante, vista sobrecogedora, Artist’s Palette y Zabriskie Point. Además hay campos de dunas, ruinas de algún campamento de mineros del siglo XIX y varios cientos de kilómetros hasta salir de este lugar, que aunque duro, creo que nunca voy a olvidar.
Texto y Fotografía de Juan José Ramos Encalado