El Rincón del Trotamundos. Javier Elcuaz del Arco. 6/9/2013
Los arrozales de Bali no sólo producen el sustento básico para sus habitantes, sino que también se convierten en un atractivo para los turistas que buscan algo más que las playas que tan merecida fama han dado a la isla. La disposición de las terrazas, junto con el permanente color verde intenso de la vegetación en torno a los cultivos, entre la que destacan los cocoteros, forman un conjunto armónico con merecida declaración de Patrimonio de la Humanidad.
Generaciones y generaciones de balineses han convertido la complicada geografía de esta tierra, originada por la violencia de las erupciones volcánicas, en una sucesión de terrazas inundadas que producen hasta tres cosechas de arroz al año. El agua se transporta por una complicada y ancestral red de canales, túneles y acueductos desde los lejanos manantiales, lagos y ríos hasta los campos de cultivo.
Sin embargo, la riqueza mineral de los suelos volcánicos y la abundancia de agua no bastan para que la tierra dé tan buenos resultados. Es necesario realizar un ingente trabajo para que el arroz pueda estar, finalmente, en todos los platos. Los búfalos de agua se adaptan perfectamente a este medio.
La inclinación del terreno, las pequeñas dimensiones de las terrazas, junto con los suelos inundados y fangosos, son grandes inconvenientes para introducir maquinaria agrícola, que, por otra parte, tampoco estaría al alcance de la economía de muchos agricultores.
Aunque existe una división tradicional de funciones, hoy en día hombres y mujeres participan por igual en todas las fases del cultivo, que con un poco de suerte podemos presenciar en un único paseo, gracias a la regularidad de temperaturas y abastecimiento de agua a lo largo de todo el año.
Sólo mediante la organización en comunidades de agricultores con un funcionamiento tan eficaz es posible conseguir tan buenos resultados con tan pocos medios. Mantener el aprovisionamiento de agua y su distribución, el control de las plagas y hasta la organización de ceremonias y festivales religiosos son tareas comunitarias.
Aprovechando los recursos disponibles, en este caso el bambú, se levantan estructuras para colgar el arroz cosechado y que se seque al aire.
Las condiciones naturales de Bali también favorecen el cultivo, no solo de las frutas tropicales con las que elaborar los zumos tan deliciosos que se beben en la isla, sino productos como cacahuetes, café y cacao.
Este medio natural es el idóneo para el desarrollo de las especias que en siglos pasados fueron el sueño dorado perseguido por los comerciantes europeos.
La máxima elevación de Bali es el monte Agung. Se trata de un volcán activo, la última erupción fue en 1963; actualmente sólo emite humo y cenizas ocasionalmente. Este hermoso cono volcánico domina el extremo este de la isla.
La caldera Batur es un doble cráter elíptico de diez y trece kilómetros de diámetro. En su centro se levanta el monte Batur, en el interior de sus 1717 metros de altitud se esconde un volcán activo. La erupción de 1968 dejó un extenso campo de lava negra de donde se extrae la oscura piedra volcánica tan utilizada en los múltiples templos y santuarios balineses.
Una buena parte del sureste de la caldera Batur está ocupado por el lago Batur. Con sus dieciocho kilómetros cuadrados de superficie es el lago más grande de Bali.
Varias poblaciones se asientan en sus orillas, sus aguas alimentan una fértil agricultura y una productiva riqueza pesquera. La creciente actividad turística completa las fuentes económicas de tan privilegiado entorno, a pesar del latente riesgo de la actividad volcánica que en el pasado ha producido destrucción y desplazamiento de población.
La cercanía de la isla de Bali al Ecuador origina unas temperaturas cálidas durante todo el año, con la única diferencia climática de una estación húmeda, de noviembre a marzo, y una estación seca el resto del año. Por este motivo, el principal objetivo turístico se concentra en las diferentes actividades que ofrecen sus costas. Hablamos de uno de los principales destinos para los surferos de todo el mundo; sus arrecifes coralinos atraen a los aficionados al buceo y snorkel; otro tanto ocurre con los practicantes de navegación a vela y, por supuesto, a todos los que quieren relajarse en sus playas de arena oscura o blanca, dependiendo de la localización.
Si a esto añadimos los masajes que se ofrecen en la misma playa a unos precios irresistibles o la posibilidad de avistamiento de delfines navegando en las barcas de balancines que utilizan los pescadores, es fácil comprender por qué el número de visitantes crece cada año hasta aproximarse al límite de su sostenibilidad.
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Maravilloso reportaje, de verdad, os felicito. Javier Elcuaz, gracias.