Tras las huellas de Aníbal

La palabra viajar, casi siempre, la asociamos con el hecho en sí de trasladarse de un lugar a otro, de un país a otros y  de un continente a otros, pero pocas veces asociamos el viaje con un recorrido por la historia, por aquello  que pudo haber sido pero no fue, por los imperios que se sucedieron y su decadencia … El libro “Tras las Huellas de Aníbal” es un fabuloso viaje por los yacimientos arqueológicos de la Península, excavados o no, y los pequeños y grandes museos que se ubican por todo el territorio Ibérico. Por los caminos de nuestra historia, y por las huellas que nos dejaron los fenicios en Hispania, cuyo ADN perdura en nuestros genes, al igual que la figura más emblemática de aquel pueblo, Aníbal Barca que estuvo apunto de poner de rodillas a la mismísima Roma.

Un fabuloso recorrido por los vestigios de la presencia en Hispania de Aníbal Barca, el coloso que quiso derrotar a Roma. Su nombre aparece condenado. Su rostro apenas se adivina en las vitrinas de un museo. Una nebulosa de olvido envuelve hoy la figura de Aníbal Barca en la otrora Hispania, como parte casi accidental de su postergada historia antigua. ¿Por qué tal destino para el hombre que osó desafiar a Roma desde nuestra tierra?

Desde que pusiera pie en Gadir acompañando a su padre, en 237 a. C., hasta su partida, al frente de su ejército, en 218 a. C., transcurrieron casi dos décadas. Sin embargo la atención dedicada a este periodo en la vida de Aníbal es insólitamente escasa. De todo este tiempo han debido quedar huellas, muchas enterradas y otras resistiendo inclemencias y desprecios. Sí: en Cádiz, en Cartagena, en el Tajo o en Sagunto, entre otros lugares, resuenan aún los ecos de sus sueños y batallas, al menos en el oído de quienes quieren oírlos, impelidos a recorrer los pasos de aquellos que nos precedieron y a caso como respuesta a un profundo anhelo de permanencia. Es esta la historia ilustrada de un emocionante viaje cuyas conclusiones reivindican su dimensión hispánica y desagravian a uno de los personajes más fascinantes de la Antigüedad.

Ese desdén de la memoria historiográfica colectiva de los españoles no se limita a Aníbal: se extiende al conjunto de la presencia –y, por qué no, la herencia- púnica y feniciaen la España antigua. Pídase a un conciudadano medio ilustrado que mencione aunque sea tan solo un vestigio arqueológico púnico en nuestro suelo y probablemente, casi ninguno sabrá responder. Y eso que aún contamos, por ejemplo, con la que presume de ser <<la necrópolis más extensa y mejor conservada del mundo>>: PLuig de Molins, en Ibiza (la antigua Ebusus cartaginense). Aunque una visita al yacimiento y a su museo anexo es altamente recomendable, el MAN nos ofrece una jugosa alternativa: media docena de vitrinas con una amplia representación de los ajuares funerarios sacados a la luz en la necrópolis. Hay hermosos huevos de avestruces que parecen hechos de mármol translúcido y traídos desde un pasado extinguido. Hay, sobre todo, deidades femeninas de terracota, con narices afiladas, ojos rasgados e intrincados peinados y tiaras. Representan a la diosa Tanit, que extiende sus brazos para acogernos en ellos. Todo tiene un sugestivo timbre oriental o africano, exótico y ajeno en cualquier caso, como si correspondiera con más propiedad al extremo opuesto del Mediterráneo.

Creo que esa es precisamente la razón  de la amnesia que profesamos hacia lo púnico. Es interesante, pero es como un apéndice –por no decir una excrecencia- lateral al curso principal de nuestro relato identitario. Nosotros, en realidad, tenemos a gala un prurito de europeidad: somos griegos, romanos, visigodos o carolingios; no hay herencia más propiamente nuestra que la que viene del continente europeo. Lo otro, lo africano o asiático, a pesar de los siglos confundiéndose en nuestro ADN biológico, histórico y antropológico, no pasa de ser un pintoresco ornamento epidérmico, superficial. Romanos y visigodos están en el perímetro del <<nosotros>>. Árabes y cartagineses están en el del >>ellos>>.

No es más ni menos que una involuntaria expresión de xenofobia de baja intensidad, producto de marcos ideológicos cincelados durante toda nuestra historia moderna y contemporánea. 

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