El Rincón del Trotamundos. Javier Elcuaz del Arco. 19/5/2015
En algunas ocasiones merece la pena pasear el paraguas por la naturaleza, especialmente si es por Arribes. Con un poco de suerte la lluvia primaveral no llegará a calarnos, pero sí que dejará la humedad suficiente para que la vegetación ofrezca su mejor imagen.
El día que hicimos esta ruta nos encontramos los senderos recién abiertos, aunque con algún resto de porquería abandonada por los participantes en la ruta oficial del día anterior. En todas las concentraciones masivas, siempre hay alguien dispuesto a dejar constancia de su paso y biodesagradables costumbres.
Nuestro recorrido comienza en Aldeadávila de la Ribera. Por la calle que baja frente a la torre de la iglesia salimos a una pista donde los indicadores nos anuncian nuestro destino más inmediato: se trata de los miradores de Lastrón y Rupitín. Plácidamente caminamos hasta ellos entre huertos de olivos y almendros. Rodeados por terrazas de olivos tenemos las primeras vistas del cañón que el Duero ha tallado pacientemente en la dura roca granítica. Frente a nosotros la orilla portuguesa, donde se repite la imagen de los huertos de olivos como en un gigantesco espejo.
Desde Rupitín parte un camino ancho que gira bruscamente hacia nuestra izquierda y se interna en el cañón. Este camino se transforma en un sendero que corre entre un túnel vegetal donde predominan los almeces. La humedad producida por las últimas lluvias ha favorecido la exuberancia vegetal que entra por nuestros poros y no escapa a la percepción sensorial.
De vez en cuando las cortinas vegetales se abren y dejan ver la placidez del Duero creada por la cercanía del pantano de Aldeadávila. Buitres leonados y alimoches planean en el espacio oteando desde la altura.
Sólo el sonido del motor del barco turístico pone la nota discordante en la sinfonía silenciosa que el viento interpreta en el ramaje circundante.
Nuestro sendero comienza a subir hasta salir del cañón. Damos vista al inmenso tajo tallado por un río que ahora es una calmada lámina donde ocasionalmente vemos lentas sombras en movimiento correspondientes a siluros introducidos en estas aguas.
Casi para el final queda otro de los puntos fuertes de esta ruta. El Picón de Felipe nos espera para ofrecernos las panorámicas más impresionantes de la jornada. Al oeste, y muy por debajo de nosotros, sobresale la presa sobre el agua retenida.
Al este las paredes graníticas del cañón, con su verde tapiz vegetal, se hunden bajo el espejo acuático que se pierde en una curva en la distancia. En los paneles informativos leemos la romántica y trágica historia del pastor que da nombre a este lugar.
A lo largo de nuestro camino hemos pasado por delante de varios chozos. Estas ancestrales construcciones, sólidamente erigidas con piedras sabiamente dispuestas, han resistido el paso del tiempo y ofrecen un acogedor refugio cuando el viento y la lluvia se muestran hostiles.
También encontramos un arrimacho, una peculiar y sencilla construcción de esta zona, que con su forma envolvente abierta hacia el este brinda la protección necesaria para soportar los temporales del oeste característicos de esta tierra.
Cerramos esta ruta circular de unos diecinueve kilómetros de recorrido por una amplia pista que nos lleva de vuelta a Aldeadávila entre el intenso verdor primaveral de prados y árboles.
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