Un día incierto, un camino incierto y una aventura inesperada

 

El Rincón del Trotamundos. 20/2/2013

Llegamos a primeras horas del día al pueblo serrano de Navalonguilla, un pueblo en el que predomina el granito, las casas, la iglesia parroquial con su esbelta torre de campanas, las fuentes, las paredes de los cercados y hasta la última cuadra de los animales, están construidas con este material, muy abundante en la zona. Por doquier se pueden ver grandes barruecos, piedras caballeras y cantiles de roca desnuda que se alzan en las laderas de la monta.

En pocos minutas preparamos la mochila y  bajo una temperatura de varios grados bajo cero, tomamos por un ancho camino que nos llevaría, primero hasta las afueras del pueblo y depuse hasta lo alto de la montaña, (Sierra Llana). El día no pintaba nada bien al igual que sucedía con el incierto camino, las nubes aunque todavía eran escasas no dejaban que el sol penetrase en el valle.

Caminamos durante buen trecho por callejas jalonadas de paredes de piedra que delimitan los prados, donde los animales domésticos intentaban romper la escarcha que cubría la hierva. Los robles, muchos de ellos centenarios, cubren las zonas del valle que no son actas para el pasto, sus troncos yacen desnudos en esta época del año dejando a la vista todo su poderío, defectos y deformaciones, al igual que lo hacemos los humanos cuando nos quedamos sin la vestimenta o nos quitan la mascara.

Un paisaje bucólico que enmudece este extenso valle de los Caballeros, roto solo por el sonido del agua que baja de la montaña y golpea con los cantos rodados que cimbren las gargantas y torrentes. Un valle sobrio y frío, rodeado por montañas de más de dosmil metros, cuyas cumbres suelen estar nevadas en invierno, aunque este año la nieve escasea bastante por la zona y deja ver la roca viva y las extensas masas de piornos.

Apoyados por un GPS y por la intuición propia, trazamos un camino en las laderas de la montaña y tras dejar la pista forestal que nos saco del pueblo, emprendimos el ascenso, aunque a decir verdad con poco entusiasmo, quizás por que el cuerpo aun estaba frío y perezoso. Conforme ganábamos altura, el viento hasta entonces en silencio, comenzaba hacer actos de presencia, al igual que las cascadas de hielo, los pedreros y los desnudos cantiles de roca.

Pronto el camino se hizo más visible, desaparecieron los árboles y comenzaron los piarnos que nos acompañarían durante todo el día. en un continua zip-zap fuimos ganando altura y superando el desnivel que hay entre la Sierra Llana y el valle de la garganta de los Caballeros. Los pasos eran lentos pero seguros y las panorámicas que teníamos  nos invitaba hacer una y otro parada para tomar fotografías del paisaje serrano y la nieve que cubre de blanco las cimas más altas de la montaña.

Ya en lo alto, nos encontramos con los peculiares mojones de piedra que hay por esta sierra, mojones que nos acompañarían durante buena parte del recorrido. Aunque los primeros de estos mojones no forman parte del Camino de La Guía, si ocupan puntos estratégicos de la sierra, suponemos que son como puntos de referencia para los transeúntes que visitan estos parajes con el ganado domestico o por simple placer.

Continuamos la travesía por un falso llano, siempre ganando altura, hasta enlazar con el camino originario de La Guía, fácil de reconocer por los ya mencionados mojones, son como una especie de penitentes de casi tres metros posicionados en hilera, con una separación entre uno y otro de uno 30 o 40 metros. Los mojones al igual que el camino, atraviesan la sierra de norte a sur o viceversa y son visibles desde lo lejos.

Los mojones o hitos del camino de La Guía, fueron construidos por los estraperlistas durante la posguerra para no perderse en los días de niebla, lluvia, o durante las grandes nevadas cuando transitaban con las mercancías entre los valles del norte de Gredos y la vertiente sur La Vera, donde acudían para intercambiar los productos. En la vertiente norte de la sierra, el camino tiene dos ramales, uno que viene del pueblo de Navalonguilla y el otro que lo hace de Bohoyo. Ambos ramales se unen en lo alto de la sierra y juntos bajan hasta el pueblo de Madrigal de la Vera en la provincia de Cáceres.

Mientras proseguíamos nuestro camino y admirábamos estas construcciones y los paisajes que encumbran estos caminos, el tiempo meteorológico, que al final sería el protagonista de nuestra aventura por esta sierra, estaba cambiando con bastante rapidez pero nosotros como que no nos dábamos por enterados. Los nubarrones cada vez más se apoderaban de la lejana sierra de Béjar, al tiempo que el viento soplaba con más fuerza.

Caminando escoltados por los respetuosos mojones, atravesamos la frontera entre Castilla y Extremadura y nos acercamos hasta un mirador natural para contemplar el valle del Tietar que yacía cubierto por nubes bajas formando una especie de inmenso mar. De regreso a la frontera, caminamos por la pared de piedra divisoria entre las dos provincias para no hundirnos pues la nieve era escasa y los piornos nos impedían dar un paso.

En estas estábamos cuando nos dimos cuentas de que unas nubes negras cubrían nuestras cabezas y se extendían como hongos por toda la sierra. Aceleramos el paso para acercarnos hasta el mirador de la garganta Tejea antes que las nubes lo cubrieran todo y nos impidieran contemplar la espectacular panorámica que desde este punto se tiene de las Canales Oscuras que descienden por la vertiente oeste del pico del Almanzor y el Aventeadero.

El paisaje era una autentica maravilla a pesar de que la vertiente sur de la sierra de Gredos y las Canales Oscuras yacían sin nieve, con todo, el espectáculo era sobrecogedor pues teníamos la sensación de estar sobrevolando sobre un infinito mar. Mientras las nubes bajas ascendían por la vertiente sur de la sierra, las altas lo hacían desde el oeste y cubrían la sierra con una especie de hongo, dejando en medio la desnudez de la sierra que ennegrecía por momentos.

Mientras tenía lugar este fenómeno de la naturaleza, nosotros ajenos a lo que estaba sucediendo, disfrutábamos extasiados con el espectacular que nos ofrecía el paisaje, nos divertíamos haciendo fotografías y comentando la suerte que habíamos tenido al haber elegido esta ruta y este día, para disfrutar de la montaña y del camino de La Guía. Pero todo termino como un soplo de viento y en un instante quedamos envueltos en la niebla, la ventisca y la desorientación total, habíamos sido engullidos como un sándwich por la fuerza de la naturaleza.

file://localhost/Users/imac/Desktop/VIAJES%20El%20Pais/Desorientados, sin norte y sin rumbo, descubríamos que donde antes todo parecía llano, ahora eran barrancos con pronunciados desniveles, vaguadas inexplicable, salpicaderos de nieve helada, piornos que te atrapaban sin piedad y falsos llanos. Sin darnos cuenta estábamos metidos en una tremenda aventura de la que ni el GPS no podría sacar si no utilizábamos la intuición y la poca visibilidad que las nuves y la bénticas no dejaban.

Caminamos por una vaguada, supuestamente en dirección norte en busca de la pared de piedra que atraviesa la divisoria de esta sierra, si no hay mucha nieve como el caso, la pared siempre esta visible y una vez localizada se hace más fácil orientarse sobre los cuatro ejes cardinales. Después de alguna que otra caída y nervios, descubrimos la pared casi enterrada, en este caso no por la nieve sino por los piornos, una vez en esta nos fue más fácil orientarnos y tomar en dirección oeste buscando el camino de La Guía que habíamos traído en la subida y que discurre de norte a sur.

Tras unas cuantas revueltas para esquivar las zonas donde la nieve y la roca en superficie estaban heladas, nos reencontramos por fin con los vigilantes pétreos de esta sierra, los mojones del camino de La Guía. Ahora estos mojones nos parecían fortalezas gigantes que marcaban la orientación del camino en las tinieblas de la ventisca.

Sosegados, más relajados y sintiéndonos exhaustos, decidimos hacer una parada en una cabaña de piedra que encontramos junto al camino, por cuyas inmediaciones pasaba una acequia con abundante agua. Era el momento de reponer fuerzas al abrigo del refugio inesperado y disfrutar del jamón Ibérico, los mazapanes y turrones del año pasado que aun yacían en algún rincón del mochila y reírnos un rato de nuestras propia vulnerabilidad ante la fuerza de la naturaleza.

En el interior de la cabaña aunque con bastante fío, nadie quería ser el primero en abandonar dicho refugio, pues en la calle la ventisca azotaba las paredes y el techo de la cabaña con  inusitada fuerza. Los copos de nieve, empujados por el viento, formaban remolinos y penetraban en la cabaña por los huecos de la puerta. Bien retrechados de ropa, cubiertos de pies a cabeza, abandonamos el aposento y reanudamos el camino.

Nuestros amigos penitentes seguían estoicos en medio de la tempestad, nos eran ya tan familiares que hasta nos sentíamos protegidos por estos gigantes de piedra, hasta daban ganas de saludarlos y abrazarlos, pues uno se sentía protegido por su presencia y cuando te situabas a su lado sentías que te protegían de la ventisca, del frío y del helador viento que azotaba sin piedad nuestros vulnerables cuerpos.

Siguiendo la procesión de los penitentes de piedra, llegamos al paso de las cadenas, punto en el que la pared que recorre la sierra, delimita los municipios de Bohoyo y Navalonguilla. En este lugar el camino continua pegado a la pared en dirección norte hasta el antiguo refugio de Bohoyo, donde nos encontramos con el panel informativo de el camino de La Guía. Siguiendo el recorrido que marcan los mojones, llegamos hasta la bifurcación de este, un ramal continua en dirección norte para bajar al pueblo de Bohoyo y el otro gira noventa grados, atraviesa la pared y desciende por la ladera de la sierra en dirección oeste hasta Navalonguilla.

En el descenso las nuves se fueron rompiendo, cesó la ventisca y en algún momento salio el sol, lo que aprovechamos para hacer algunas fotografías y comentar nuestra aventura. Cuando entremos en Navalonguilla la nieve ya se había convertido en agua y el frío había amainado. Un días para no olvidar y una aventura más en nuestro haber en la que hubo momentos de todo, pero sobretodo mucha emoción y respeto por el poder de la naturaleza que siempre mantiene su ley.

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