La Transpirenaica, Ochagavía, San Nicolás de Bujaruelo

Len Beké

Ya no sé cuándo fue que por primera vez me imaginé cómo sería eso, ir de mar a mar por el pirineo. Debe hacer seis años por lo menos. En estos días fue un ensueño, una hazaña posible sólo posible para los montañeros más duros. Pero las cosas cambian. ¡Y cómo!

Los encuentros más breves pueden ser los que más impacto tienen. Así dos encuentros en el verano de 2007 cambiaron mis cosas, aunque no lo supiera en este momento. Estamos acampando en San Nicolás de Bujaruelo y hacemos una pequeña excursión hasta un puente sobre el río Ara, a la cabeza del Valle de Ordiso. Estando allí llegan dos hombres: el uno alto y delgado, el otro bajo, calvo y digamos que un poco más corpulento. Los pregunto adónde van y sale que están haciendo el GR11. Por completo. Son Ben y Brian, tienen 72 y 73 años y han trabajado con el Royal Antarctic Society. Ben ha vivido en Antártica durante tres años, entrenando perros.

A finales de agosto estoy en New Hampshire con mi madre y subimos por un monte en los Appalachian Mountains. Arriba hay una torre mirador, usado antiguamente por los bomberos para observar y prevenir incendios. Ahora todo esto se hace con radares, pero las torres siguen ahí. Y hoy nos encontramos con Forrest, un chico de 23 años con una barba inmensa: de cinco meses sin afeitar haciendo el Appalachian Trail. Le queda un mes. Comento sobre lo imposible que me parece y me dice que no es más que andar cada día. Tenía razón.

En 2010 me tocaba a mí, era tiempo de hacer una de las cosas más fáciles que hay, y que hasta hace poco me había parecido imposible. Por complicaciones logísticas tendrá que ser un paseo entre dos mares, y no de mar a mar. Le quita un poco de la estética de la ruta, pero lo importante es que lo haga, y que lo haga todo. Ésta es la historia de la primera semana en el Pirineo, en la que mi madre y yo fuimos desde Ochagavía hasta San Nicolás de Bujaruelo.

Empezamos el 2 de julio. Es un día tranquilo por colinas más bien que montañas. Por la tarde pasamos por la hermosa Ermita de Idoia, que hubiera sido un sitio maravilloso para acampar, pero está prohibido… al final acampamos en un cruce de pistas a 4 kilómetros de Isaba, un lugar molesto por toda la gente que pasaba.

El segundo día va bien, el entorno se está tornando cada vez más montañoso. Esta noche montamos en lo que va a ser uno de los mejores lugares de acampada de todo el viaje. Desde aquí vemos como cambia el carácter de estas montañas con el tiempo.

Esta cresta es la Sierra d’Alano y en el mapa pone que hay un sendero que atraviesa el collado en el centro, justo encima del gran árbol en la foto. Será para otro día.

Nos piílla una pequeña tormenta aquí pero estamos bien sequitos en la tienda.

Por la mañana llegamos al primer collado digno de este nombre, el Cuello Petraficha. Hacemos las cosas que se hacen en la montaña: secamos la tienda, comemos, me subo a Chipeta Alto 200 metros más alto, mi madre duerme…

Es en la primera semana de un viaje que los mayores conflictos suelen ocurrir. Yo quiero ir más deprisa, mi madre no. El conflicto se autoresuelve cuando por la tarde llega niebla en el valle colgado de Aguas Tuertas, donde dormimos entre las vacas.

Nos perderemos dos veces hoy. Por la mañana nos perdemos el uno al otro, otra vez por la niebla; por la tarde nos perdemos juntos, aunque la culpa era mía. ¡Y sólo mía!

Tres horas más tarde volvemos y bajamos por la ruta correcta. Junto con nuestros nuevos amigos. Bajamos a Candanchú: un pueblo artificial, de esquí de pista. Un pueblo feo, pero con buena comida y mejor gente. Añadimos aceite de oliva a las papas fritas para ponerle más calorías.

Hoy no nos perderemos ni una vez. Hoy dormimos. Dormimos antes de la cuesta que lleva al Ibón d’Anayet, y dormimos al lado del Ibón d’Anayet.

Hoy el Pic du Midi d’Osseau está aquí en vez de al otro de dos valles. ¿Cómo es posible que esté a más de 15 kilómetros y está reflejado en este lago?

Hoy llevo guantes de última generación, tecnología punta… Me he puesto los calcetines en las manos porque se me han quemado. La nieve al fondo nos preocupa. El GR11 sube a 2782 metros en el macizo de los infiernos. Puede que esté helada la nieve a esta altura. Tendremos que tomar otra ruta.

Son Raúl y Mirén, una pareja vasca que encontramos en la bajada, nos hacen fácil encontrar otra ruta. Nos llevan a un camping más abajo en el valle.

Bueno “fácil” para evitar los Infiernos tenemos que andar 8 kilómetros por esta carretera de mierda, con una temperatura de 40 grados.

Acampamos al lado de este lago todo pequeñín abajo, tiene menos de un metro de profundidad y ni creo que se marca en el mapa.

Se está acabando. Es el último día que estoy con mi madre. Es apropiado que hoy lleguemos al punto más alto que vamos a alcanzar juntos: el Collado Alto de Brazato con 2550 metros.

Tenemos que pisar primero por dos grandes neveros. No presentan problemas.

Las pequeñas cosas se mostraron propicias a alegrarnos el día.

El Río Ara es un último obstáculo a salvar, luego sigue una larga bajada hasta San Nicolás donde nos espera mi amigo Lothar, compañero de muchas aventuras, que me va acompañar hasta Andorra. Pero ésta es otra historia.

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