Nuestra primera montaña


Enrique Galindo

Uno aprendió hace tiempo lo que hoy lee en el libro «Autobiografía sin vida» de Félix de Azúa; que «la memoria es el nombre clásico de la imaginación: recordamos lo que somos capaces de imaginar y todos los recuerdos son imaginación». Y así, la fantasía vive tan cerca de la realidad, el azar de la necesidad, lo soñado de lo vivido, que no puedo estar seguro de que aquellos cuatro chicos, que hace diez años un día de primavera subieron su primera montaña en vaqueros, con palos de madera y barras de pan en la bolsa del supermercado, seamos nosotros. Subimos La Ceja, escribe Jorge en un mensaje, como se hacen las cosas realmente importantes en la vida, sin querer, sin apenas darnos cuenta y sin esperar nada a cambio.

Y es verdad que hemos cambiado en estos diez años porque hemos hecho de esta montaña de Béjar nuestra casa, un refugio en los días inciertos, un lugar donde aprender del viento y de la nieve, del sol que hace brillar el hielo cada mañana… Hemos aprendido que la soledad no está reñida con la alegría, ni el silencio con el asombro, ni las pérdidas con la vida… Hemos aprendido que la amistad es la única forma razonable de caminar por estas montañas (siempre hemos pensado que estando juntos nada malo puede pasar) y que el espacio y el tiempo a veces se confunden (en la montaña las distancias no se miden en kilómetros sino en horas). Hemos aprendido a desaprender…, a acercarnos al bosque, a la nieve, a los ríos sin prejuicios, sin excusas…

Y al cabo, lo más importante es que hemos aprendido a regresar. Cuando uno es joven quiere irse lo más lejos posible, fascinado por el brillo de la distancia, de lo nuevo… y aunque hay montañas más altas. más agrestes, más difíciles, más elegantes… uno acaba queriendo con locura estas sierras un poco alomadas, que casi se esconden en lugares que cuando los presientes ya se han escapado: Hoya Moros, la portilla de Talamanca, la garganta de la Solana, las lagunas del Trampal, los Hermanitos…

De aquel día recuerdo como subían la canal de las Agujas un chico y una chica, el crujido del hielo bajo sus crampones y su amabilidad y paciencia al contarnos el nombre de todas las montañas que se veían: el Torreón, la Azagaya, la Covacha, la Galana, el Almanzor… Veo a Guillermo buscar entre las piedras una para llevarsela a Isabel, una costumbre que ha mantenido todos estos años. Cuando ceno en su casa me gusta mirar las piedras e intentar adivinar de que montaña es cada una. No sé si aquí las piedras sueñan como en los campos de Soria de Machado o en los de Tras-os-Montes de Torga, pero al mirarlas uno vuelve a escuchar al Loco decirle a Gelsomina: «no te lo creerás pero todo lo que hay en este mundo sirve para algo. Aquella piedra por ejemplo…

Bueno, pues también sirve para algo. Incluso esta piedrecita.» Y cuando Gelsomina le pregunta para qué sirve esa piedra, el Loco le responde, un poco confundido, que no lo sabe «¿quien puede saberlo? No, no sé para que sirve esta piedra. Pero para algo debe servir. Porque si fuera inútil, entonces todo sería inútil… incluso las estrellas». El Loco baja los ojos y se queda pensativo viendo como Gesolmina mira esa piedra como si fuera el mayor de los tesoros, ella que sí conoce el valor de las cosas aunque crea no saberlo.

Aquel día comimos a la solana, cerca del Torreón, al resguardo de unas piedras mientras veíamos nacer el río Cuerpo de Hombre. Si uno mira al oeste piensa que ese agua irá al Tajo y acabará en Lisboa. Y si mira al este ve que el agua baja al Tormes, llegará al Duero y acabará viendo el mar en Oporto.

Si tengo que quedarme con un solo instante de estos años de sol, de tormentas, de nieve y de niebla… me quedo con una mañana de mayo, que comenzó lloviendo y acabó con sol. Cierro los ojos y veo a Yolanda sonreir sentada en una piedra en la cuerda de los Asperones, cerca de la portilla de Talamanca. Y hoy en un día frío y nublado de un invierno que se acaba, Billie Holiday vuelve a cantar  I´ll be seeing you: «te encontraré en el sol de la mañana. Y cuando llegue la noche, miraré la luna pero te estaré viendo a ti».

One thought on “Nuestra primera montaña

  1. Impresionante y emocionante.

    Sobre todo para un salmantino como yo que también empezó a ir a la montaña en Béjar (pero hace más años).

    Precioso relato y hermosas fotos, enhorabuena

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