Observando nuestro entorno descubrimos cosas que nos sorprenden

En algunas ocasiones, al observar nuestro entorno cotidiano, descubrimos cosas que nos sorprenden pero que nunca antes habíamos reparado en ellas, esas observaciones suelen ser fruto de la curiosidad que todos llevamos dentro, el ser humano no podría sobrevivir, al menos mentalmente, sin esa hermosa cualidad.

Para mantener viva esa curiosidad, es importante que cuando caminamos, ya sea por el campo o por la ciudad, nos dejemos llevar por el paso lento del tiempo abandonando la marcha acelerada de nuestra existencia. De esta forma podremos reparar en las cosas que nos rodean, en los detalles aparentemente insignificantes de los objetos, o de la propia naturaleza, y de algunas otras cosas que en algún momento nos llamaron la atención pero que ahora yacen abandonadas cerca de los caminos, en el monte, o en antiguos caserones.

Es una húmeda mañana, la noche fue lluviosa y al amanecer la niebla aun cubre las laderas del Jálala y los bosque de robles y castaños que crecen en su vertiente oeste, lo que invita al viajero al paseo tranquilo por las calles de San Martín de Trevejo, una hermosa población de la Sierra cacereña de Gata, donde el olor a leña quemada, se mezcla con el húmedo ambiente, y el murmullo, casi imperceptible, del agua que corre por las empedradas calles. Unas calles que yacen casi desiertas, por las que apenas transita un alma, salvo los perros y gatos a los que no parece importarles demasiado el frío y la fina lluvia que cae lentamente.

En este largo paseo mañanero, escudriñando la arquitectura popular, donde destacan los hermosos voladizos, los portones de madera con sus típicas aldabas corredizas y los poyos por los que se accede a las casas, descubrimos una casona, de grandes portones que llama nuestra atención de entre el resto de casas, con balcones enrejados y dos ventanas circulares por las que penetra la escasa luz en el interior del zaguán. Habidos por la curiosidad, empujamos la puerta de doble hoja y nos adentramos en el interior de la casa, en el zaguán descubrimos unas hermosas escaleras talladas en granito, por donde se accede a los pisos superiores.

En el zaguán, algunos muebles llaman nuestra atención; cuadros mal conservados, viejos arcones de madera y algunas figuras talladas en piedra que adornan la estancia. Toda una colección de objetos y detalles en los que antes nunca habíamos reparado a pesar de haber pasado por esta calle infinidad de veces camino del bosque de castaños de Ojesto y el pico del Jálama.

Tras abandonar el pueblo de Trevejo por el Pilón de las Huertas, nos internamos en los bancales de olivos por la calzada empedrada del Puerto de Santa Clara. Siguiendo el ritmo lento al que nos invita el plomizo día, pronto nos encontramos en el interior del bosque escudriñando sus intimidades, y descubriendo cada detalle de este espacio natural de alto valor ecológico. Caminando, llegamos hasta los abuelos, dos centenarios castaños que han sobrevivido las talas periódicas del bosque, situados junto al torreón romano. El bosque, aparentemente dormido, deja escapar algunos sonidos que emiten las muchas especies que tienen su hábitat en este paraje, un lugar donde se respira una absoluta calma acentuada por la penumbra de la niebla que penetra en el bosque ocultando los desnudos troncos de los árboles, desvaneciendo el relieve y cabalgando como fantasma por los caminos.

Seguimos el paseo hasta alcanzar al puerto, una vez en la frontera, entre Cáceres y Salamanca, buscamos el regreso por el camino del Río de la Vega, disfrutando del paisaje interior y el murmullo del agua que vierte por cascadas y torrentes. Un paseo relajado, pues caminando sobre el lecho de hojas que el otoño deposita sobre los caminos y senderos que cruzan el bosque, percibiendo el fuerte olor que deja el otoño en la naturaleza, con las hojas húmedas que se pudren lentamente en el suelo y se trasforman, dando lugar a una nueva vida.

Al regreso contemplamos las luces del atardecer que acarician la masa forestal de robles y castaños, que ofrecen una bella estampa de cromáticos colores. Sobre el arroyo, entre luces y sombras, en bella armonía con su entorno, observamos el rojo caserío de San Martín de Trevejo, declarado «Bien de Interés Cultural con la categoría de Conjunto Histórico». Cerca, muy cerca de nosotros, aparece reluciente, el recientemente restaurado Convento franciscano de San Miguel, futura hospedería de la sierra de Gata y lugar de alojamiento para viajeros con alto poder adquisitivo.

Con el cielo enmarañado por los nubarrones y el sol desapareciendo por el horizonte, el viajero se despide de la Sierra de Gata, contemplando el atardecer desde las calles de Trevejo, una minúscula aldea enclavada en el desnudo roquedo de la sierra, cuyas casas son vigiladas permanente por las ruinas del impresionante castillo medieval de los templarios, en cuyos grande muros aparece tallado el escudo de esta orden militar. El emplazamiento de este castillo arruinado por los franceses en su retirada, nos indica la importancia estratégica y económica que en el pasado tuvo este lugar y la Sierra de Gata en su conjunto. Cerca del castillo, se levanta una pequeña ermita y una torre de campanas que aparentan desafiar el poderío que pretende imponer, a los habitantes de la aldea y al viajero, los moradores de este viejo castillo.

En nuestra revista digital El Rincón del Trotamundos, no disponemos de asociados de Turismo Rural y empresas de Deportes des Aventura en la zona con el fin de recomendaros algún establecimiento.

2 thoughts on “Observando nuestro entorno descubrimos cosas que nos sorprenden

  1. Las aldabas allí se llaman trancas. Las fotos preciosas, muy bien hechas. Mis padres son de San Martin de Trevejo y yo he pisado muchas veces esas calles y he subido por la calzada romana al puerto de Santa Clara y también he andado por Trevejo. Me gusta que te haya gustado este pueblo y lo bien que explicas tu excursión por el mismo, es precioso y para mi es como mi segundo hogar aunque me quede muy lejos.

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