Volver a los sitios donde un día fuimos felices

Enrique Galindo

Tu mundo no es más que todas las pequeñas cosas que has dejado atrás, cantan Clint Eastwood y Jamie Cullum en un verano que se acaba. Cosas pequeñas como el viaje de todos los años a un pueblo de la Axarquía, tardes de dominó con los padres intentando aprender esa forma tranquila que tienen de ver el mundo, paseos por la orilla del mar viendo como el sol se marcha a Cádiz todas las tardes y su luz de cada atardecer en la playa mezcla colores y disuelve las formas como en un cuadro de Turner.

Este año rompí el hechizo que nos impide, como en la canción, volver a los sitios donde un día fuimos felices y volví a Granada, a sentarme en la plaza Bib Rambla entre los quioscos de flores, a subir despacito la cuesta de  Gomérez hasta la Alhambra para ver el Albaicín desde la Alcazaba y pasear por sus patios y jardines, entre el bullicio de cientos de turistas que pasean alegres haciéndose millones de fotos, porque en estos palacios hay siempre una promesa de felicidad que nos habla con un lenguaje que todos entendemos: el sonido del agua en las fuentes, el olor del arrayán, de los rosales y la luz que se refleja en las acequias enrojeciendo los muros cada tarde. Y como otros años volví a perderme en la sierra de Ardales buscando las ruinas de la ciudad de Bobastro, por esa manía que tengo de elegir la dirección en cada cruce mirando en los indicadores el nombre del pueblo que sea más sonoro y así tras pasar por Vsierra de Ardales acabé en el Desfiladero de los Gaitanes, que por lo demás es un sitio que siempre me ha impresionado.

Y luego el viaje que más me gusta del año, la semana que pasamos juntos cada verano todos los amigos desde hace años. En el fondo el sitio nos da igual. Este año hemos visto la Ribera Sacra en Orense empapados por la lluvia. El río Sil con sus monasterios es una especia de Danubio en pequeño y su paisaje también recuerda un poco a las arribes del Duero aunque con más castaños y robles. Nos impresionó la elegancia del claustro románico de San Estevo o el romanticismo que hay en los muros, en el paisaje solitario de Santa Cristina. Y en San Pedro de Rocas nos hicimos la foto de todos los veranos, cada uno en un escalón de la escalera que da a la espadaña (la primera foto  fue en San Salvador de Cantamuda en Palencia y siempre que la veo me recuerda a las portadas de los discos de los años sesenta).

Abrumados por tanta iglesia dedicaron el día siguiente a cocinar y descansar, así que yo aproveché y me fuí a ver el oratorio de San Miguel en Celanova, sencillo por fuera como todas las iglesias mozárabes e intimo por dentro con una sucesión de arcos de herradura cada vez más pequeños. La capilla del fondo tiene una cúpula gallonada. Si la quieres ver tienes que saltar por encima de los baldosines verdes, que son del siglo XIV, me dijo la chica que enseña la iglesia. Y la verdad la distancia no era mucha pero la puerta es pequeña y corre uno  peligro de chocar contra el muro (mozárabe, eso sí). En fin, todo por el arte. De ahí fui a ver la iglesia visigoda de Santa Comba de Bande. Su estructura es muy bella pero le falta la poesía de Celanova, claro que son estilos diferentes. Según estoy viendo la cabecera, se me acerca la señora que enseña la iglesia, me mira, sonríe, mira la cabecera, y dice: las columnas son romanas.

Y lo dice con orgullo, como si hablara de un hijo que ha sacado sobresaliente en selectividad. Estoy a punto de darle la enhorabuena pero le pregunto si son del campamento romano de Aquis Querquensis que está junto al río Limia, el que los romanos pensaban que era el río del Olvido. Cierra los ojos y asiente.  Señala la nave del crucero, esa estela es romana -dice-, dedicada al dios Marte.  Aunque tengo alergia a las estelas dedicadas al dios de la guerra, me acerco a mirarla pues hay que querer a todos los hijos por igual. Según veo el sarcófago que hay al otro lado de la nave sospecho que también es de la familia. Y es que oír hablar a esta señora de su iglesia es una delicia porque sabe mucho y lo que sabe no lo ha aprendido en los libros.

Conclusión, salgo corriendo a ver el campamento romano de Aquis Querquensis, más que nada por meter los pies en el río. Cuentan los historiadores romanos que el general Decimo Junio Bruto tuvo que cruzar el río primero para que sus soldados se dieran cuenta de que no era el río Leteo, el río del olvido. A mí, esta mañana, me gusta pensar que es el río del olvido y meto los pies en el agua con el deseo de olvidar lo malo y quedarte solo con los buenos recuerdos. Cuando llego a la casa rural por la noche, me queda caldo gallego para cenar porque en la comida, aunque no estaba, pusieron un plato en la mesa para mí. Un bonito detalle.

El resto de la semana fue maravilloso: paseo por la muralla de Lugo, atardecer en la playa de Peñarronda, paseo por la playa de las catedrales, Taramundi y sus bosques, las risas, el café de puchero y las canciones cada noche… y la amistad, porque no hay mejor viaje que el que nos acerca a las personas que queremos. Y aunque parezca contradictorio no es incompatible con esa necesidad que a veces tenemos de estar solos. De eso hablamos anteayer en el refugio Collado Jermoso en Picos de Europa.  El día antes, había subido el Llambrión desde Cordiñanes por Tiro Callejo cresteándo hasta la cima. Hacía un año que no subía una montaña yo solo y lo necesitaba. ¿Por qué algunas personas suben solas a la montaña? preguntaron unos montañeros de Bilbao a una chica que vivaqueaba en una cueva cercana y a mí.

En su caso decía que empezó porque tenía muchas ganas de ir al Mont Blanc y su mejor amiga no podía por el trabajo. Yo no supe qué contestar. Cuando subes solo sientes la montaña de una forma distinta, más intima. Es menos ejercicio físico y más emocional. Lo cierto es que el Llambrión me impresionó, las vistas son tan increíbles: Peña Santa, la Bermeja, Torrecerredo, el Urriellu, Peña Vieja… que, mitad porque me quedé ensimismado, mitad por mi falta de pericia montañera en algún paso, llegué tarde a cenar al refugio, no una sino dos veces ( me había quedado viendo la puesta de sol pero fueron comprensivos).

La noche estaba despejada y en el cielo de Picos de Europa había miles, millones de estrellas y en mi cabeza Clint Eastwood y Jamie Cullum seguían cantando «so tenderly your story is nothing more than what you see… realign all the stars above my head warning signs travel far…your world is nothing more than all the tiny things you´ve left behind».

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5 thoughts on “Volver a los sitios donde un día fuimos felices

  1. Impresionantes tanto las fotografías como tus comentarios personales… Consigues una estupenda mezcla entre la narración y la reflexión con los textos y las imágenes tienen el gusto de aquel que sabe mirar donde otros no ven. Enhorabuena

  2. Preciosas fotografias, excelentes comentarios y lo más impotante, el recuerdo de los momentos compartidos con los amigos.

  3. el sitio no esta mal la verdad peroo me gusta se acampa muy bien x ahi? me gustaria ir a verlo y visitarlo ^^ un enorme saludo y sigue asi kon el reportaje xD 😉

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