El Cabo de San Vicente, la tierra del fin del mundo

Entre el Algarve y el Alentejo

José Acera Cruz


El poniente portugués y concretamente el cabo mas occidental de Europa, presenta además de excesivo turismo en algunas de sus zonas, lugares todavía recónditos y refugiados del espoleo humano.

Así se presenta el Cabo de San Vicente y su perímetro, hacia el oeste como hacia el este, de igual manera te sorprende una playa invadida de turistas por metro cuadrado, (sobre todo si te adentras hacia Lagos, Portimao,…), como en la parte contraria el sudoeste Alentejano, te abraza la soledad del lugar al atardecer con el profundo y constante romper de las olas.

Es tierra de contrastes sin duda, donde todavía percibes el calor humano de forma muy cercana, amabilidad, sencillez y dulzura en su idioma. Claramente el mar es parte de la causa de esta singular personalidad que empapa al oriundo de estos lares, un ejemplo de ello lo vemos escenificado en sus sencillas casas o embarcaciones, impregnadas de colores vivos y llamativos, marcando espacio, elegancia y ardor  que se acentúa desde las primeras horas del día con la presencia del sol, casi siempre constante, que de suave forma filtra sus rayos sobre las omnipresentes paredes y tejados.

El medio de vida ancestralmente ha sido la pesca, sus puertos, sus curtidas gentes y la tenaz y perceptible simbiosis con el mar así lo han ido permitiendo. Pero también la agricultura roturando los campos de viñedos ayuda a ofrecer variedad en los usos tradicionales del sector primario. Ha sido el paso del tiempo, inexorable siempre, quién está cambiando la fisonomía del terreno, y es el turismo quién poco a poco se va apropiando del protagonismo en cuanto a recursos de supervivencia. Aunque en la circunscripción en la que estamos, de momento se consigue de forma ordenada, y de momento bajo la premisa de sostenibilidad, como tanto se palabrea en estos tiempos.

El surf y las habilidades de similar carácter deportivo atraen a gentes de los lugares mas recónditos del planeta, y ello gracias a poseer algunas de sus playas, merecidos títulos de primera línea, contribuyendo a que los lugares de ocio  no estén masificados, ni tengan excesivo tamaño. Es el mar y el viento, a los cuales debemos merecido respeto, y te exigen para divertirte con él, descanso, constancia y mucha preparación mínimos para aguantar entre cuatro o seis horas en al agua diariamente, y por supuesto que no todos los “turistas” están dispuestos a ese sacrificio, y huyen a otros lugares donde el placer del descanso se entiende de otra manera a la cual no es necesario que me refiera, y es respetable, tanto como cualquier otra, y gracias a ello algunos todavía podemos disfrutar de estos pequeños placeres tanto para la vista como para la mente.

No puedo dejar de mencionar los atardeceres, desde los acantilados, en lugares inhóspitos, o incluso en el famoso Cabo de San Vicente, lugar donde si que se agolpa el público, encaramándose a las rocas, para disfrutar de esos últimos destellos de luz, pero con un silencio sepulcral, convirtiendo el momento en ritual de entrega y devoción.

Mis mejores recuerdos para Sagres lugar donde descansábamos en un lugar que nos permitía disfrutar desde sus ventanas, no solo del mar, sino acompañarlo de la Fortaleza de Sagres, y vistas al infinito en dirección oeste, además de saborear en alguna de sus terrazas los pescados que sufridamente arrancaron al mar los pescadores de la zona. Odeceixe con su encanto de pueblo interior a pocas varas del mar, con esa Ribera del Seixe que serpentea con gracilidad hasta entregarse al Atlántico sin remisión. Salema, pueblo pesquero que al igual que su nombre ofrece dulzura y frescura en pequeñas dosis. Las playas de Amado, Arrifana o El Tonel, donde disfrutamos de las olas durante horas y horas, la de Castelejo o la de Telheiro, soledad absoluta hasta imponer respeto entre sus inacabables acantilados y fuerte oleaje. La ciudad de Lagos que visité poco convencido, y sin embargo he de reconocer que su casco histórico te envuelve y abraza con el arte que allá se respira entre pintores, escultores y artesanos.

Y como no, el momento, el momento de ver disfrutar a Jesús,  Pablo y Mario, y descansar a Rosa Mari, que no es tarea fácil. Tal vez quién peor haya llevado las horas de “surfeo” sea Lyra, que aguantaba estoicamente debajo de la sombrilla.

Algo se queda en el tintero, siempre ocurre, aunque nunca se olvidará, El Guadiana, acompañarlo desde la frontera portuguesa a la altura de Evora, dirección Sur, mecidos por sus meandros, y repostando espíritu y cuerpo en lugares mágicos como en el interior de la fortaleza de Monsaraz, o a orillas del Guadiana en Alcoutim y Sanlucar del Guadiana. Es una sorpresa comprobar que el Gran Lago de Portugal existe, como consecuencia de la presa de Alqueba, que permite crear mas de ochenta kilómetros de aguas domadas, y como posteriormente,  y a partir de Mértolas vuelve a ser navegable hasta su encuentro con el mar…



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