Es paisaje es memoria y proyecta en las miradas del viajero las sombras de otro tiempo

Enrique Galindo

«El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en las miradas las sombras de otro tiempo que solo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que simplemente sigue fiel a ese paisaje» escribe Julio Llamazares en el prólogo a su libro «El río del olvido». Y es que aunque pasen los años y la memoria se quiebre uno sigue siendo fiel a ese paisaje árido y estepario, unas veces blanco, otras ocre del sur de Soria y norte de Guadalajara. Tierras desoladas, casi siempre desiertas, abandonadas, tierras de nadie… donde siempre se confunde lo que se imagina con lo que se recuerda, donde los caminos siempre son de paso y los que pasan nunca se quedan.

La semana pasada crucé Soria para darme cuenta que allí todavía es primavera. Aunque haya llegado la calor, muchos trigales aún están verdes y los campos de amapolas son infinitos. Comencé el viaje por Burgos, desayunando en Silos. ¿A qué me sale rico el café? lástima que ya nadie lo tome. El tuyo es el segundo que he puesto hoy, el primero el de mi marido, pero ese no cuenta -me dijo la señora del bar de la plaza, desanimada porque los visitantes de Silos apenas consumen ya nada. Acabé el café y volví a pasear por el claustro de Silos entre capiteles de animales imposibles y bajorrelieves de una sensibilidad extrema: el Descendimiento, la Duda de Santo Tomás… y miré de reojo al niño de la Virgen de Marzo esperando, como en la poesía de Alberti, a que se escapase de las faldas de su madre y se pusiera a jugar en el jardín.

Había quedado a comer con Isabel y Guillermo en Tiermes. Así que tras perderme buscando la ciudad romana de Clunia y cruzar el Duero por no se sabe donde llegué con el mantel ya puesto debajo de una encina. Ensalada, tortilla, pasas de la Axarquía y Nicanores de Boñar. Luego según bajábamos al graderío rupestre vimos una pareja que estaba cogiendo setas y, casualidades de la vida, esa forma inconfundible de agacharse sólo podía ser de Jacqueline, la única persona del mundo capaz de encontrar setas de cardo a finales de junio.  Ya juntos recorrimos esta curiosa ciudad primero celtíbera y luego romana excavada en gran parte en la roca, nos metimos con unas linternas por el túnel de su acueducto, entramos en sus casas rupestres, subimos por la murallas… De vez en cuando miraba un poco más al sur la sierra de Pela, con su peculiar paisaje lunar y recordaba aquellos viajes en un destartalado ford fiesta de color champán…

De tanto hablar y  hacernos fotos como boys scouts subidos a cualquier piedra, se nos pasó el tiempo y casi no llegamos a ver la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. Tienen tres minutos para verla, dijo el señor que estaba a cargo, cansado ya de estar todo el día de pie. Pero cuando vió nuestro entusiasmo y le expliqué que es el monumento de España que más me gusta después de la Alhambra de Granada nos dejó ver con tranquilidad la originalidad de una iglesia que por fuera es tan sencilla, apenas dos cubos, que uno no imagina lo que se encuentra dentro: un edificio sustentado en una enorme columna central con forma de palmera, con unos arcos bajo el coro que recuerdan  una pequeña mezquita, al lado de la gruta excavada en la roca por los primeros ermitaños. Y las pinturas, que a pesar del saqueo que supuso la venta en 1922 a un comprador americano y la peripecia posterior de los frescos (algunos acabaron en el Prado y en varios museos americanos), todavía siguen sorprendiéndonos aunque solo veamos las improntas, los negativos, por decirlo de alguna manera: dromedarios, elefantes, monjes cazando ciervos, guerreros… que hablan de oasis, desiertos y tierras lejanas en una mezcla de culturas de la que aún hoy tenemos mucho que aprender. Al salir bebimos agua y llenamos nuestras botellas en el manantial que hay cerca y que dió origen a la ermita.

Por la noche, ya en la casa rural, llegaron el resto de amigos y estuvimos cantando hasta tarde, así que al día siguiente la Laguna Negra y Urbión se nos hizo un poco cuesta arriba. Mientras subíamos, veíamos que bajaban un montón de familias con niños, cansados y felices de haber pasado el día juntos en la montaña. Y eso a uno le alegra la vida.

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One thought on “Es paisaje es memoria y proyecta en las miradas del viajero las sombras de otro tiempo

  1. DEFINITIVAMENTE.QUISIERA SER UNA HORMIGUITA Y METERME EN SUS MOCHILAS PARA VER JUNTO A USTEDES TODA ESTA BELLEZA QUE NOS COMPARTEN…UN MILLON DE GRACIAS.

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