Rafa Álvarez
Los acantilados de Loiba, en las rías altas, esconden bajo sus erosionadas rocas seis inmensas playas, de arena suave, teñidas con los colores de los sedimentos marinos, salvajes, deshabitadas, donde el mar campa a sus anchas e impone su única ley. Desde los pétreos escarpes que desafían al mar y utilizan las gaviotas para su reposo, el viajero puede vivir deslumbrantes atardeceres sobre la apacible ría de Ortigueira que asciende tierra adentro, el cabo Ortegal que navega en las profundas agua del Atlántico como un rompe olas recortando su silueta sobre el perfil del horizonte, roto por la secuencia del viento y el batir del mar. Un lugar donde los escasos bañistas, por las dificultades del acceso, gozan de la belleza de este rincón secreto de Galicia, sin que nadie les moleste, rodeados por una naturaleza salvaje, preñada de tonalidades y de inquietantes secretos que el mar descubre con su enérgico oleaje y inauditos susurros.
El acceso a los seis arenales de Loiba se hace por pequeñas sendas que descienden zigzagueando por los acantilados tapizados por un mosaico vegetal de escaso porte azotado por el viento marítimo, en algunos casos el sendero se convierten en escaleras talladas en la roca por los pescadores o asiduos del lugar. El de O Picón, Ribeira Grande, Ribeira do Carro, Os Castros, Gaivoteira y O Coitelo, son calas que invitan al placer, la libertad y el baño integral en medio de la salvaje naturaleza, un bien cada vez más escaso en las costas de la Península Ibérica.
Aunque se suceden unas con otras, las playas de Loiba son muy diferentes en su formación y en la arena que las cubre. En Os Castros, la arena es de color grisáceo como los acantilados que la protegen y de grano gordo, y en los fondos marinos se suceden los montículos de roca recubiertos de una gran variedad de algas, crustáceos y otras especies marinas, con aguas verde esmeralda, trasparentes y limpias.
Al otro lado permanece deslumbrante e inmóvil Gaivoteira, con su ondulado oleaje agitado por la brisa marina que acaricia el arenal con suave delicadeza. Es quizás la playa más bella de todas cuantas se encubran en esta salvaje línea de costa, por ello quizás sea la que ofrece mayor dificultad de acceso aunque no imposible. Solo hace falta un poco de pericia, buen estado físico y muchas ganas de disfrutar de una de las playas más recónditas y salvaje de toda Galicia. Lo confirman los pescadores que asiduamente bajan hasta estos acantilados para pescar pulpos y otros manjares que ofrecen las aguas de este mar.
El visitante no debe olvidar en ningún momento que la costa de Loiba es de mar abierto, batida en su totalidad por el océano, donde las olas alcanzan considerable altura en los días en los que el viento sopla con algo de intensidad, lo que conlleva que en las zonas de mar abierto las corrientes arrastren con mayor fuerza. En esas ocasiones de mar arbolada, la costa de Loiba, que ofrece muchos recursos naturales y geológicos, brinda a los amantes del baño la posibilidad de zambullirse en las piscinas naturales que el mar a erosionado en los suelos rocosos y que durante la bajada de la marea quedan aisladas del mar.
En el recorrido por esta parte de la costa, desde lo alto de los acantilados, es recomendable contemplar el conjunto de las seis playas que dan forma a esta parte del litoral gallego. Bellos salientes, puentes rocosos que desafían la gravedad, islotes que sirven de plataforma a las aves marinas y sinuosas curvas que la erosión y los caprichos de la naturaleza han creado. La parroquia de Loiba lo tiene todo, amplias rías ricas en avifauna, playas con encanto, acantilados, un mundo rural intacto: no tiene urbanizaciones, carreteras asfaltadas, masificación de sombrillas y hamacas, nada de cemento, ni ladrillo, ni chiringuitos, solo tiene olor a mar y naturaleza salvaje.
Bonitas fotos, aunque habria que hacer mención no solamente de los acantilados de Loiba ya que las demas fotos a parte de la primera son de otra aldea.