AGUA SANA

Un libro de Ramón Zabalza Ramos, editado por Lunwerg

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Ahora que estamos en plena celebración de la exposición universal del agua, en la ciudad de Zaragoza, y que el cambio climático es ya una realidad tangible, donde este líquido será determinante para la continuidad de la vida en la tierra, hemos creído oportuno rescatar de la memoria la presentación que en su día se hizo, en la ciudad de Salamanca, del libro Agua Sana, de Ramón Zabalza, uno de los mejores fotógrafos de nuestro tiempo, y uno de los que mejor ha sabido expresar, con sus emotivas y desgarradoras imágenes, la dependencia del hombre para con este preciado elemento. Un elemento al que le damos escasa importancia a lo largo de nuestra vida, quizá por que en algunas partes del mundo el agua fue siempre muy abundante.

PRESENTACIÓN

Recorrer con el ojo de un médico, nunca del todo acostumbrado a la desgracia y al derrumbe del cuerpo humano, las fotos de Ramón Zabalza, supone ahondar en los posos y desgarros que se han ido acumulando en tantos años de profesión. No da un respiro el autor a la tipología actual de cuerpos esbeltos, delgados, bellos y objeto de deseo. Se adentra, por el contrario, en el hombre vulgar, de la calle. Aquel que te encuentras todos los días y que no representa en nada la ficción de los anuncios al uso. Ramón Zalbaza plasma la realidad de una vida dura y en blanco y negro, que para muchos de los personajes que retrata está situada en los finales de un ciclo vital al que todos estamos abocados a pesar del maquillaje cotidiano que utilizamos para engañarnos.

Para presentar su colección de magníficas fotografías, las enmarca en el elemento que nos hace seres acuosos. El hombre, con un 70% de agua en su cuerpo, necesita de ella para su lozanía. La piel tersa, hidratada de los jóvenes, busca el agua como placer; los viejos, con su piel arrugada, sedienta, agrietada por el paso de los años y de un tiempo inexorable y cruel, buscan la frescura perdida en el elemento de la eterna juventud, en la fuente de agua viva.
Recrea Zabalza sus vivencias en los desconchados balnearios de una Iberia eterna e imperecedera, que busca la cura física y espiritual, que tan rica es en aguas termales que ahora estamos descubriendo después de un abandono de muchos años. Retornamos, con su fotografía, al agua, energía vital en su calor, en su frialdad, en el barro que conforma con la tierra, con la que nos identificamos en nuestra desnudez.
Me ha impresionado e impactado la fotografía de la página 69, recogida en el Balneario de Ledesma, donde un anciano, cual pensador de Rodin, muestra su soledad ante un agua que sólo se insinúa ante las escaleras que dan acceso a las piscinas, meditando con un fondo de paredes alicatadas de baldosines blancos hasta el techo; o aquella otra, de la página 65, en el balneario de Alange, en Badajoz, con el hombre desnudo, junto a una bañera con enormes grifos, frotándose la espalda con una toalla, dejando al descubierto los muñones de sus desaparecidos pies. _Aquellos viejos balnearios ahora remozados como negocios para una tercera edad del Inserso o con posibles económicos, donde el reposo, la convivencia y la tranquilidad, que no se disfruta en la ciudad, rezuma por los cuatro costados, vuelven a ponerse de moda, vistiendo sus mejores galas y ofreciendo al que busca algo distinto del ocio de sol y playa, una forma decadente y poética de dejar pasar el tiempo.
Pasó el balneario como veraneo para ricos ociosos, exposición permanente de sombreros y charlas eternas sobre lo mal que andaban las cosas en el país. Y ha dejado paso a uno de los recursos terapéuticos más deseados. En algunos países de nuestro entorno, por ejemplo Alemania, puedes salir de la consulta de tu médico de cabecera con la receta de una semana en un balneario de la Selva Negra para curarte el estrés.
Les invito a mirar con detenimiento la fotografía de la página 64 de El Vivaque, Toledo. En ella se muestra una pareja de ancianos. Él sentado sobre una cama; ella tomando un baño, recatadamente cubierta por un bañador enterizo. Juntos el uno del otro, con cara de plenitud y satisfacción y orgullo por una vida que han tenido la suerte de compartir en su declive otoñal.
El agua nos persigue. Está presente en nuestras vidas aunque vivamos en el desierto. Los españoles, con una mezcolanza genética con el mundo árabe, buscamos el contacto con el agua de la que carecemos en gran parte de nuestro territorio.
Los balnearios son una forma especial de ponernos en contacto con el líquido elemento. Salamanca con los de LEDESMA, Retortillo y Babilafuente, es una de las provincias que más aguas curativas aporta en nuestro entorno más próximo. La misma ciudad tenía aguas termales, salutíferas, en Tejares, donde estaba el apeadero de la vía a Portugal, una vez pasado el desgraciadamente desaparecido Puente de la Salud. Allí había un santuario romano dedicado a los dioses propicios para la cura de enfermedades que una vez cristianizada la ciudad y provincia, pasó a venerarse como advocación mariana con el título de virgen de la Salud, festividad que celebraban nuestros antepasados venerando a dioses paganos y que todavía celebramos y celebraremos dentro de unas cuantas semanas con la famosa romería de las avellanas y los botijos.
En mi caso, los balnearios siempre se han cruzado en mi vida. Nací muy cerca de uno, y mi hermano Serafín realizó su tesis doctoral, dirigida por el profesor Luis Sánchez Granjel, sobre la hidrología en el siglo XVIII, sacando a la luz las múltiples fuentes termales que han quedado en desuso y sus propiedades curativas. Todavía sé que se recurre a su libro para la búsqueda de aguas medicinales y curativas.
Cerca de mi pueblo, como ya he dicho, Abadía, hay un Balneario afamado: Baños de Montemayor. Perteneció al que fuera primer ministro de la República, Lerroux… y de él se cuenta que en el verano se trasladaba a ese pequeño pueblo su residencia, basculando la política nacional durante unos días entre las calles del pequeño pueblo poblado del valle del Ambroz.
Hubo un tiempo en el que un médico afamado curaba todas las enfermedades con agua. Todo dependía de la dosis. La enfermedad se producía por la disarmonía de nuestro cuerpo con el líquido elemento. Todavía hoy curamos muchas enfermedades con el simple aporte hídrico. Hay muchas personas que apenas beben agua. No aportando la hidratación suficiente a la piel y a las mucosas que es necesaria para el funcionamiento eficaz. _Esta joya de libro con fotografías de balnearios de España, Portugal y del hotel Gellert de Budapest, conforma una original mirada a los dos países de la península Ibérica recogida en la década de los ochenta. Son instantáneas de un grupo humano que vivió la escasez más absoluta y que hoy pueden disfrutar de unas instalaciones que antes estaban destinadas para el uso casi exclusivo de las clases acomodadas.

Presentado por Jesús Málaga Guerrero

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