“CABAÑA CUCAL”, UN VIAJE A LA MONTAÑA ASTURIANA

Texto y fotografía de José Acera

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Sucumbir a la propuesta de pasar cuatro días alejados del mundanal ruido que nos rodea, ya de por si, y sin conocer el lugar de destino, es atractivo. Pero, si además el escenario tiene como protagonistas las tierras asturianas, concretamente el pueblecito de Pendones, en territorio del Parque Natural de Redes y rodeados de la omnipresente caliza, de la cual solo te libera los milenarios hayedos, la tentación se vuelve irrechazable. Y, si más a más a esta propuesta le añadimos el lugar donde paceremos,”Vegabaxu”, (la cabaña ofrecida por unos amigos de Carlos, buena gente, integros de corazón y de palabra, asturianos donde los halla), no resta el mínimo motivo para negarse.
Y como no, tener en cuenta las dos premisas indispensables en cualquier viaje; el lugar y la compañía…si la primera ya estaba asegurada que decir de la segunda, de mis compañeros de litera y de andanzas; Carlos “peropinto”,y Miguel “de los Miguelez de toda la vida”…, sin duda la mesa está servida, siéntense y disfruten.
Nuestro refugio,”Cabaña Cucal”,tiene los mínimos necesarios; cuatro camas literas, arcones y mesa, chimenea, cocina y hasta una pequeña biblioteca. En el exterior un inmenso patio herboso, la “mayá”, ofreciendo sus pastos a caballos, corzos y otros rumiantes que visitan el prado. Los primeros se afanan en inspirar las últimas bocanadas de aire puro y frío tal y como se respira en estos lares, pronto las primeras nieves llegarán, y el ganadero, buen previsor, no tardará en venir a buscar los suyos para guarecerlos de los temporales en las cercanías del pueblo, siempre a mano y a la vista.

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El río pone voz en forma de murmullo en la agreste y silenciosa pradería. La forma de esta es casi circular, flanqueada en sus límites por los bosques que amurallan todo su contorno, por encima, solo la caliza se erige con sus irregulares y ariscadas formas, vigías altivos y peremnes, pacientes y solemnes, esperando alcanzar algún día la inmensidad que por encima de ellos se extiende. Si, porque si la luz del día desde este plató ofrece el colorido que solo la naturaleza sabe dibujar en otoño año tras año, al llegar la noche, es el cielo quién toma posesión de la realidad mas absoluta, y en el silencio sepulcral, donde solo el cárabo irrumpe y acompaña, es el firmamento estelar rasgado por la vía lactea quién nos muestra la belleza del “cielo de otoño”. Dentro, en la cabaña, el crepitar del fuego nos invita a sentarnos cerca de él. Es la chimenea lugar de acogida y de tertulia eterna.
Lo cierto es que a las seis de la tarde se pierde el día y nos reencontramos con la noche, pero nuestro nuevo e inseparable compañero de las largas tardes, el “fuego” consigue que pasadas las doce continuemos enfrascados en debates, leyendo, o simplemente manteniendo la mirada perdida en la incandescente luz purpurea que nos transporta con su propia liturgia.
El amanecer es otra cosa, nos despierta a golpe de hacha, que aunque no sea la mejor forma es la necesaria realidad, el “fuego” exige su tributo en forma de leña, leña que todas las mañanas y antes de ingerir los primeros alimentos del día deberemos de cortar y almacenar. Después nos desayunaremos y solo restará afrontar la realidad del…agua que nos lava…, el río limpio, transparente pero helador.
Andarines somos, y entre otras cosas a esos menesteres hemos venido, por ello con prontitud echamos el paso, adentrándonos en el santuario del parque, sus bosques, sus montes y valles, nombres emblemáticos y con memoria histórica nos rodean; “La Pandona” o “Peña Maciédome”, “Tiatordos”, “Recuencu”, “Monte Tabanen y Castrillón”,…Si algo destaca de estos lugares es su humilde popularidad, solo tienen su relevancia y protagonismo enrededor de donde nos encontramos, lo cual facilita las cosas ahora y en un futuro sin duda. Es una gran reserva de todo lo que en cuanto a medio ambiente echamos en falta hoy, cuidarlo no es solo síntoma de educación y de respeto, debe ser obligación por simple supervivencia futura de la especie humana.

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En lo más recóndito de los bosques y escondido entre hayas, castaños y enebros, acechan nuestros pasos con sigilosidad, corzos y ciervos que con relativa facilidad podremos ver siempre que seamos conscientes de que no caminamos por un mercado de la ciudad , el silencio y el mimetismo serán parte necesaria y vital para tan interesante encuentro. No será tan fácil descubrir a la comadreja, ardilla y menor posibilidad todavía el lobo ibérico, que utiliza estos montes como corredores por los que deambula entre la zona oriental y occidental, es especie amenazada y se sabe así misma de ello ,motivo suficiente para ser casi imperceptible al ojo humano.
Pero existen otras especies de las que no se puede decir que corra peligro su existencia, y sino que se lo digan a los ratones de campo que como si de “okupas” se tratara habían invadido nuestra cabaña y estaban allí situados esperando placidamente el invierno, hubieron de ser literalmente expulsados, pues su desconsideración no tenía límites, estando dispuestos a acabar con los colchones de no haber llegado oportunamente.
Musarañas, topos, lirones, zorros y jabalíes entre otros completan la rica y extensa biodiversidad de mamíferos asentados en estos pagos. Las aves se las dejo para Juan José Ramos que es un experto ya que la zona recoge un estatus y número de especies muy respetable; torcaces, papamoscas, pinzones, zorzales, verderones, herrerillos, y un largo etc.
Entre flora y fauna, roca y agua, destaca la dureza de su orografía, y como aún así, hombre y bestias han ido tallando sendas y caminos que han servido y sirven al día de hoy para unir gentes, pueblos y culturas. A través de ellos hemos recorrido solo una parte de la inmensidad de este espacio jalonado por la cuenca del Nalón.
Para finalizar estos días inolvidables, unas castañas asadas de Quirós, “quesu” de cabra, y buen vino, amén de otras viandas ,dejaron espacio para reposar y saborear el entorno, la compañía y el buen yantar.
Dice el refrán, “mas vale llegar a tiempo que rondar un año”, sin duda, esta era la ocasión.

Texto y fotografía de José Acera

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Texto y fotografía de José Acera

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