EL NARANJO DE BULNES, PEDESTAL DE LOS INMORTALES

Texto y fotografía de Fran Muñoz

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Que decir de las aventuras, pues no se, prefiero vivirlas que contarlas, pero por esta vez vamos a hacer una excepción. Después de llegar al collado de Pandebano a las 9 p.m habiendo conducido 6 horitas desde el gran Mandril, me calcé la mochila y me puse a caminar, sabía que el camino hasta Vega Urriellu era fácil de seguir y que solo había un par de cachejos malos, así que pensaba yo inocentemente que aunque se hiciese de noche llegaría sin problemas. Ya cuando empezó a oscurecer empezaron a surgir los problemillas, primero se empezó a meter la niebla, que de primeras no era muy densa pero que luego fue aumentando hasta que junto con la oscuridad hizo que el camino no se viese con claridad. Así que me puse el frontal, y seguí caminando pero solo unos cinco minutos ya que me quede sin pilas a mitad del recorrido, con estás me senté en medio del camino y me puse a cambiarlas, menuda odisea, alumbrándome con el mechero, ya que no se veía la posición en la que iban y pensando en todo lo malo, están gastadas, se ha roto el frontal, me toca hacer noche por el camino … conseguí, después de ese rato tenso, colocarlas y tirar para arriba, aun viendo con dificultad ya que el frontal alumbraba poco y mal, la luz se reflejaba en la niebla y casi me equivoco en un par de desvíos en los que tuve que ir buscando las marcas pintadas y los mojones.

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Ya después de haber andado un par de horas, empecé a escuchar voces y un repiqueteo, me di cuenta que estaba cerca y que lo que escuchaba era a dos aventureros mayores, subidos a mitad de pared del Urriellu, que estaba acomodando las hamacas para pasar la noche.

Una vez en Vega Urriellu, me busqué un sitio para dormir. El problema es que había olvidado la esterilla con las prisas, pero un portugués muy majete que había por allí me prestó la suya, ya que el dormía en el refugio. Así que viendo la humedad me acomodé debajo de un banco que había en la calle y a pasar dulces sueños.

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Temprano, en la mañana, el revuelo de cordadas me despertó y fui a ver si encontraba a compañeros de correrías César y Pablo, que me habían embarcado en esta muy bonita aventura. Un abrazo al ver a César (creo que me lo dio él más fuerte, pensaba que no llegaba ni de coña esa noche como habíamos quedado), un batido viendo el precioso amanecer, y nos pertrechamos con todo el material y nos pusimos andar para ascender el famoso Picu. De camino nos encontramos a dos chavales de Murcia, que iban bastante mataos, adelantamos a uno y al adelantar al que iba primero nos dice “No podéis pasar”, como en plan coña , en plan serio, César como es muy majete le dice que no hay problema que luego cuando lleguemos a la pared ellos pasan primero y sin problemas, al llegar a la pared un guía ya le estaba dando a la vía con sus dos clientes , pero una vez llegados a la primera reunión la señora que iba con él dice que se baja. En esto aparecen los murcianos y le recuerdan a César lo de pasar antes, y ahí es donde se vio la calidad ya que César le miró con cara de poker y le dijo: «Pues va a ser que no», que si hubiesen tardado menos mantendríamos la palabra, pero que media hora de ventaja y ya preparados con los cacharros… ¡pues no era plan! Y menos mal que fuimos malos y no les dejamos pasar, después de haber subido a la cima, disfrutado de sus vistas durante un largo rato y haber bajado hasta la primera reunión para rapelar, ellos todavía no habían subido. ¡Vamos que nos habrían dado la vía!

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Nos pusimos en marcha, la verdad es que para ser tres subimos a muy buen ritmo debe ser por la ilusión. Cuando llegamos al anfiteatro, la cuerda del guía estaba allí enganchada, así que nosotros hicimos lo mismo. Nos pusimos a subir eufóricos, cuando el guía nos vio al bajar con el cliente nos felicitó, resultaba que nos habíamos saltado el ultimo largo de la vía, que antes se hacia con unas trepadillas, como las estábamos haciendo nosotros, pero que últimamente la gente las hacía escalando, y para la gente de toda la vida de allí no está de buen ver, de ahí las felicitaciones.

Sinceramente, la mejor escalada que he hecho en mi vida, disfrutona y agradecida al máximo, fue un placer escalar la pared del Picu con unos compañeros tan buenos y con una ilusión tan grande. Después de horita y algo estábamos en la cima, solos, y disfrutando de las maravillosas vistas que ofrece la cumbre de este pico tan ansiado por todos los escaladores y no tan escaladores, que hizo las delicias y la guinda de las aventuras de César y Pablo y el cumplimiento de uno de mis sueños desde la primera vez que vi el Picu, subir a su cima.

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