NADA ES ETERNO, LOS DIOSES AÚN NO HAN DICHO SU ÚLTIMA PALABRA

Texto y fotografía de Guillermo Chaves

Stromboli, Italia

No siempre Zaus fue el dios supremo del Olimpo. Primero tuvo que vencer a los Titanes, los hijos de la Tierra (Gea). Entre ellos destacaba Tifón, “un monstruo de cuyos hombros salían cien terroríficas cabezas de serpiente con lenguas negras, de los ojos de las extrañas cabezas brotaba fuego bajo las cejas y había voces en todas las monstruosas cabezas, emitiendo toda clase de sonidos irreproducibles”, según cuenta Hesiodo, el cronista griego de la antigüedad.

Tifón, finalmente, es vencido por el rayo de Zeus pero había un problema: era inmortal. Había que buscarle una prisión para encerrarlo y ese fue el monte Etna. El monstruo, aunque atado, conservó el poder de lanzar “chorros de fuego desde lugares ocultos de su cuerpo” en los momentos de enfado.

Uno puede explicarse las montañas de muchas maneras: la geología, la dificultad, los que han subido antes que tú, su estética,…La mitología es una de ellas y tenemos la suerte de tener en el Mediterráneo esa mezcla de lugares hermosos con no menos hermosas historias de belleza ancestral que las intentan explicar.

La cita era en Catania (capital del oriente de Sicilia) el 6 de junio de 2006. La idea era subir el mayor volcán activo de Europa y la montaña más alta de Italia al sur de los Alpes (3340 m.) Allí habíamos quedado mis amigos y compañeros en muchos viajes: Ignacio Sánchez, que salía desde Salamanca en un vuelo diferente al mío y Georgos Tsabourakis (que llegó en su moto tras tomar un par de barcos y atravesar el sur de Italia desde la isla de Corfú, en Grecia) y yo mismo desde Cuenca. Milagrosamente, todos llegamos a la hora y al lugar previsto.

El Etna cubre un área de 1190 km2, según se acerca el avión te das cuenta de lo grande que debía ser Tifón para que Zaus no encontrase otro lugar en el Mediterráneo para mantenerlo preso. Tras muchas nubes rodeando la cumbre. El periódico indicaba un centro de bajas presiones justo encima de la isla, que iba a durar unos cuantos días.

Vulcanod, Italia

Tras los abrazos de rigor y la alegría de estar los tres juntos de nuevo, alquilamos un coche y nos dirigimos a las faldas del volcán. Comprobamos que, desgraciadamente, la previsión meteorológica era cierta, cada vez se cerraba más el cielo. Las nubes se agarraban a las nieves y bosques que cubrían las laderas sin dejarnos ver la cima.

Ante esta situación teníamos dos opciones, una era esperar y la otra buscar algo alternativo mientras durase la borrasca. El mal tiempo parecía limitado, según las previsiones, al oriente de la isla, pero al norte parecía que sólo se esperaban algunas nubes. Al norte de Sicilia están las islas Eolias donde Ulises, en la Odisea, fue recibido por el rey Eolo, guardián de los vientos y también el volcán Strómboli, uno de los volcanes con mayor actividad de Europa.

Con esta nueva idea llegamos ya de noche y tras conducir durante unas 5 horas por los puertos de las montañas del Nebrodi, a Milazzo, la ciudad desde donde salen los barcos hacia las islas, con la esperanza de que Eolo nos tratara como a Ulises y que permitiera que los vientos, en esta ocasión, nos trataran bien.

Etna, Italia

La primera parada del barco fue en la isla de Vulcano donde está el volcán del mismo nombre, también en activo y con una historia bonita en su haber. No nos pareció mal lugar para calentar (¡nunca mejor dicho!) antes de empezar con otras montañas. Lo primero que te llama la atención es el mal olor, a huevos podridos, que tiene toda la isla debido a las emanaciones sulfurosas del cono volcánico. Lo segundo es la belleza de los colores ocres y amarillos de la isla que destacan sobre el azul del Mediterráneo.

Según los romanos, el dios del fuego y esposo de Venus, Vulcano, tenía su fragua en lo profundo de este volcán. En el museo del Prado, Velásquez nos muestra en el cuadro “La Fragua de Vulcano” el momento en el que Apolo le informa a Vulcano la infidelidad de Venus con Marte, el dios de la guerra, ante la mirada sorprendida de los Titanes que ayudan en su trabajo al dios herrero.

Hace 2000 años la isla era un lugar de Castigo donde trabajaban en condiciones durísimas esclavos que extraían mineral de azufre. Actualmente la mayoría de los turistas van a bañarse en los fétidos baños de barro sulfurosos que prometen remedio a muchos males.

La ascensión a la morada de Vulcano es muy fácil, unos 500 metros de buen camino y excelentes vistas a las otras islas Eolias. Merece la pena por la belleza de los colores irreales de las rocas de la cumbre, pese a que las grietas que dejan escapar los gases del interior hagan que la garganta y los ojos no dejen de escocer. Decidimos descender por la vertiente sureste, ya no tan fácil y compuesta de terreno volcánico muy suelto y subir el pico Sarraceno, los restos de un antiguo volcán, anterior al Vulcano y que nos permitió ver, con perspectiva, el volcán que acabábamos de ascender por un lado y el mar por el otro.

Vulcano, Italia

El anochecer ya nos alcanzó en la playa de poniente. El Sol se bañaba en el mar entre nubes y escollos a contraluz pintando de fuego el Vulcano. No dejamos solo al Sol en este baño. Al amanecer tomamos el barco para Lípari. Es la isla más poblada de las Eolias y su capital. La razón de la visita fue el museo arqueológico que se encuentra en el castillo y que conserva la segunda colección más importante de cráteras griegas del Mediterráneo (la primera está en una isla Griega). Las cráteras eran los recipientes en los que se mezclaba el vino para los “symposium”, la versión antigua de las cenas con los amigos. Lípari era una isla rica por el comercio del basalto desde el Neolítico y la cráteras conservadas indican que sus dueños vivían muy bien y de la importancia de las celebraciones y el vino para los griegos. Esta costumbre, afortunadamente, mi amigo Georgios la mantien: los descenso de las cumbres suelen acabar con “symposium” a ser posible al borde del mar.

La misma noche tomamos el barco para la más lejana de las Eolias, Strómboli. La isla es un cono perfecto, que suelta un cañonazo de lava cada 20 minutos aproximadamente. En la antigüedad la llamaban el “faro del Mediterráneio” pues la humareda de la cumbre nunca falta y se ve desde muchos kilómetros a la redonda.

Actualmente, y como ocurre con Vulcano, no es el volcán lo que atrae al turismo. En el pequeño pueblo de San Vicenzo hay una casa de color rosa donde, en los años cuarenta del siglo pasado, la actriz Ingrid Bergman y el director Roberto Rossellini vivieron un tórrido romance durante el rodaje de la película Strómboli. Es esta casa y la historia de este amor y no las tremendas explosiones y la lava del volcán lo que atrae a la gente y no me parece mala la razón.

Pusimos la tienda a unos 500 metros del pueblo en una playa de rocas volcánicas negras. Detrás, la ladera que ascendía bruscamente y delante, el negro de la arena que se perdía en el azul del mar surcado por un pequeño pesquero. A las 2:00 de la madrugada comenzamos la ascensión. La primera parte por un bosque con olor a flores (en el descenso vimos que toda la ladera estaba cubierta por flores amarillas) y luego el omnipresente suelo blando, arenoso hasta llegar a los casi 1000 metros de altura de la cumbre justo al amanecer. Mientras la aurora despuentaba a unos 200 metros teníamos las tremendas explosiones con los chorros de lava de hasta 100 metros de altura. Pasamos tres horas en la cumbre viendo los cambios de la luz, la formación de fumarolas, fotografiando los chorros de lava mientras rodeábamos las diversas bocas del volcán entre fascinación y miedo.

“(…) y en nuestro favor (el guardián de los vientos, Eolo) permitió que soplara la brisa del Céfiro para que nos llevara bien a las naves y a nosotros” Esto pone Homero en boca de Ulises en la Odisea. Nosotros tampoco le pudimos pedir más a Eolo. Pero ya era hora de darle su oportunidad al Etna. Volvimos a Sicilia y la montaña tenía aún pero aspecto, sólo se veían nubes. Al menos el coche de alquiler estaba en el puerto de Milazzo y, lo más importante, ¡no le faltaba nada!.

Catalcibeta, Italia

Como las adversidades no hay que sufrirlas sino aprovecharlas decidimos recorrer lo que pudiéramos de la isla esperando una mejora del tiempo. Comenzamos por el este de la isla, una zona que habíamos recorrido mi novia y yo dos años antes en un hermoso viaje: Taormina, Siracusa, Noto, lugares que no hay que perderse. Luego el sur de la isla conduciendo entre campos de almendros infinitos hasta llegar a Agrigento con su indescriptible valle de los templos y por último el interior con sus pueblos en lo alto de colinas con placas en las calles donde te indican la “direzione de seguire in caso di terremoto o calamita naturale”.

Ya sólo nos quedaban dos días y el tiempo iba a peor, en Catania lloviznaba. Decidimos dormir a 1800 metros en Piano Provenzano, donde llega la carretera de la estación de esquí, en esas fechas vacía. Una noche muy fría y un amanecer nublado en el bosque de confieras donde pusimos la tienda. Un zorro se llevó la bolsa de basura y tras muchas monerías casi se nos lleva medio desayuno, se ve que no le tenía miedo a los turistas.

A las 4:00 de la mañana y con frío no se habla mucho pero creo que los tres pensábamos que ese día no haríamos cumbre. Comenzamos la ascensión, a la desesperada, fiándonos de la brújula y del mapa entre una niebla cerrada y una capa de nieve recién caída la noche anterior, que se mezclaba con el humo de cráteres accesorios del volcán. Nos esperaba un desnivel de unos 1600 metros hasta la cumbre. Georgios nos recordó que “la fortuna favorece a los valientes” (nacho y yo pensábamos que ¡no siempre!).

De repente nos dimos cuenta que los cráteres que aparecían en nuestro camino no figuraban en el mapa. No nos habíamos perdido, lo que ocurría era que el mapa era del año 2001 y en 2002 hubo una de las erupciones más importantes de los últimos años en el Etna que se llevó por delante toda la estación de esquí y buena parte de la ladera por donde íbamos. Moraleja: ¡en montañas tan cambiantes como los volcanes hay que actualizar la cartografía!.

A unos 2800 metros de altura, de repente, la niebla se quedó bajo nosotros formando un mar de nubes que tenía de fondo el Mediterráneo. En ese momento sonreímos y nos olvidamos del cansancio acumulado. Al fondo se veía la cumbre, el cráter rodeado del humo de las fumarolas. El calor del suelo hacía que la nieve dejara paso a la roca negra.

En la cumbre el humo cortaba la respiración. En ese mismo lugar, hace unos 2500 años, el filósofo griego Empédocles dejó sus sandalias antes de arrojarse al cráter para convertirse en inmortal. ¡No hay que fiarse de los efectos de la altura mezclados con gases sulfurosos!. El humo y las nubes se guían estando cundo el avión que tomé en Catania pasó cerca del volcán. Mientras, el piloto interrumpía para decirnos que la selección española de fútbol había ganado a no sé quién en el primer partido de los mundiales. Mi cabeza estaba en los momentos pasados en esas montañas vivas, con sus propias historias y en los “symposium” con mis amigos a la orilla del mar.

Sólo un mes después de todo esto, el titular del periódico “El País” del 21 de julio de 2006 era: “Erupción en Sicilia. El Etna, el volcán activo más importante de Europa ha empezado a emitir lava esta semana”. Y desde esa fecha ha continuado igual. Ya no se puede ascender por el mismo lugar ni por otro, por el momento. El monstruo Tifón sigue vivo y enfadado.

 

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